domingo, 28 de febrero de 2010

Maia, Maia, y comentario final.

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CARENCIAS


no sé cuánto queda en mí al volver a casa, si la Lluvia
envuelta en celofán imaginario o la pequeña
diosa Maia me pertenecen    si la Poesía
de Lezama Lima y Auden  –esa combinatoria
de silenciosos abismos que traza el puntal de tu consciencia

los cuerpos, las diligencias, el amor desnudo nada me basta
pasan de las 6.AM y la noche insiste e imagino
un jardín de senderos inexistentes, una oscura bandada
volando en direcciones inexistentes, imagino
la máscara violenta de lo que todavía falta

pues no hay 1 solo amigo reprochándome en la mensajera
ni el recado de otros años ni el porvenir es largo pues

soy Yo perdiéndome en la condena absurda de los que 
/duermen afuera
y los ciegos que leen en la más profunda oscuridad   soy Yo
sin pasiones que me desvelen, como una mujer, de la noche
/al alba

un cúmulo de sueños mezclados a los pies de la cama
(las ventanas ahora dan sacudones eventuales
y su transparencia vibrátil oscurece, mis pensamientos se contraen

otra vez voy a dormir
en una anticipada inundación).




3 POEMAS CONVENCIONALES SOBRE MAIA


I

Era una mujer para las noches eléctricas
de la primera y única edad   ––ofrecía
a quien mejor ostentara la inteligencia del cuerpo
el tesoro del suyo, los roces próximos
que pronto olvidaría entre los muchos atardeceres
que compartimos después de clases.

Por la noche yo no olvidaba. Solía pensar en la ceniza
que dejarían sus mordeduras tras incendiar
esos cuerpos. Tenía 17 años. Inmóvil, la lluvia del viento en el follaje
llevaba los pedazos del crespúsculo al desagüe de mi casa.

Yo solía, tranquilo, porque la verdadera tormenta
se avecinaba en mi ventana oscura. De nada
me valieron esas lluvias. Ahora sé que pude haber llorado
mejor esa presión que en mí ejercía
 el mismo cielo otoñal, los mismos atardeceres
devorados por las madrugadas ajenas.



II

Soñé que dormíamos en la negrura del bosque de Vincennes
entre los lagos congelados de enero  –nuestros sueños
desnudos bajo la lluvia invisible, bajo el haz invisible 
/del tiempo,
y nuestras manos una con otra esperando el sol ajeno.
Sí: Maia y yo entre las tapias heladas donde entraba
/ mi sueño
como durmiendo a salvo en la esperanza de estar lejos.
En Vincennes soñé a su vez con la negrura y la esperanza
de la primera noche juntos en ese hotel de la calle Río 
/ de Janeiro
donde acercaste un beso deliberado pero con algo de miedo
o de estar segura de hacer algo definitivo  (era vernos
/ para siempre en medio de los empinados años, 
dudando de nuestra fuerza entre el abismo 
y las arrogancias del arte, bajo el cielo glacial
de Vincennes  –dudando juntamente de todo
menos de estar juntos).

III


En la pantalla de mi pensamiento, una secuencia
de Maia asiendo el filo del mar, desnuda.
Tengo 17 años y todas las grandes ciudades (incluso París)
me parecen pueblos adormilados en la ribera.
El tiempo es un puñado de tierra vana entre las manos.
Tierra ajena, nada importa demasiado.
Desnuda, como era, Maia sabida de memoria.



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En Le Monde de este sábado 27 de febrero, Tahar Ben Jelloun escribe: “Ce pays est fait de telle manière qu’aucune armée n’a été capable de vaincre les rebelles sur le terrain ». Se refiere a la intervención de la OTAN en los conflictos políticos en Afganistán. Es una frase certera o no tanto, acaso encadene explicaciones directamente a la misma tierra y polvo. Por lo tanto es una afirmación poética y no argumentativa. Preferiría leer, esta mañana, “Ce terre était fait de telle manière qu’aucune armée n’était capable de le vaincre ». Me recuerda a la invasión de Bahía de los Cochinos.

* * *

trípticos

París 1:34. Un poema improvisado en papel de seda y su consumación lenta, ardiente, las brazas de tabaco alimentándose de mis palabras.

París 1:54. La rue de Crhistine y la rue de Savoie y la rue de Nestle son todas el mismo callejón. Dos ríos bordean el laberinto. El bulevar y las orillas del Sena.

París 2:10. El amor desdeñado antes de tiempo (la certeza) es una estrella distante.

París 2:11. Si vieras esta fotografía de bar en ribera / guitarras británicas y voces vociferando melodías quebradas de soundtrack / y tu recuerdo / reirías pobre varón, aún rompiéndole los dientes al espejo.

París 2:13. Juntos otra noche en la rue du Temple solo pediría stay tonight, my dear, I love you more than being seventeen.

París 2:15. No estuvimos hechos para construcciones ininterrumpidas. Sino para tomar y desangrarnos escribiendo. The house of the rising sound. El temor también es saliente.

París 2:17. Lucía carraspeó, encendió un Parisienne y esperó que el cigarrillo se consumiera, sin pitarlo, a un lado del semáforo de la esquina de Perú y Diagonal Norte. Entonces pensó en Derrey, en las diagonales muertas de París y llamó a un taxi.

París 2:20. Un diario se reescribe bajo un blues blanco. Un bar sombrío, un río que atraviesa, como la lluvia, las grietas de ciudad capital.

París 2:22. La escritura, al menos, permitiría reescribir mi biografía / ser quien no fui / al servicio de un retrato apócrifo.

París 2:24. No me vayan a haber dejado solo, y el único recluso sea yo. César Vallejo.


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OTRA DESPEDIDA IMAGINARIA DE MAIA R.


no sé si hice bien diciéndote no más, mejor
es recorrer, a tientas, la distancia
y por primera vez solos bajo un sol ajeno
no supe que también era dejarme a mí

a veces todo es un parejo atardecer
tenemos 17, nada agoniza en el recuerdo
así andamos como un temblor bajo la piel de la ciudad
bajo un mismo sol o en tu boca oscura, a veces
tu cuerpo respira en mis años siguientes
    afuera llueve y el mundo es una vana predicción
         todavía son las 6 de nuestra tarde.


Poema de insomnio

aa Judas y anónimos.
.
Así son los paisajes en la literatura.
Ruinas de la infancia.
R. Piglia

.
Hay que avistar la orilla
brillante del suicidio.
Perdí la vista
pero estoy a tu lado.
Ala izquierda del ángel /
ala derecha / ala rota / falta
de hierro y sueño.
,
K. D. Cobain
.
Capítulo Primero (versos
que debieron ser quemados).

Toma I

Aujourd’hui, le soleil d’hiver et ses paysages se sont penchés. Les dernières, ils choisissent se prosterner sous le vide bleu de l’après-midi. Mais le soleil parcourt la périphérie de Paris. Il court sous les autoroutes, il se dirige vers le centre ville pour se laver dans le fleuve et connaître les lisières plongées de l’Île de la Cité. Il se tourne vers la colline de Montmartre, le boulevard Ordino et les quartiers noirs. Il a couvert la ville comment un grand oiseau nu. Aujourd’hui, il est samedi et on est libres. Il nous a réveillés vers le midi, le soleil, à travers des bras effeuillés de notre acacia. Le soleil est venu en courant sûr la rue Jean Cocteau et il nous a embrassé les cous et les mains. Il a chatouillé nos rêves. La même tendresse, il renverse l’haleine sûre les parcs et les places.
.
I
.
Bajo el sol tibio, el porvenir es un sendero trazado
a los 20 años.
La grava del camino la oculté
en enormes cúmulos en bolsillos internos
(tracé los bordes del sendero con mis dientes
hasta despejar el este de la tierra).

Plaza René Binet, Clignancourt, sábado 17:43 hs.
Escribo un borrador permanente / una larga
bandada fundiéndose en el atardecer, 
escribo

éramos el verano permanente
que hoy se ahoga
en los cuartos cerrados de mi porvenir.

Plaza René Binet, Clignancourt, sábado 18:00 hs, escribo

quiero besar el secreto de esta melancolía
como labios en mi cuerpo por primera vez.


Toma II

À quelques pas de la périphérie, vers la place où se verse le débit vide de la rue René Binet, la jeunesse d’un enfant se fane. Tout à coup, son visage est adulte et scélérat. C’est l’enfant abandonné, l’adulte perdu. Il compose des poèmes au passé mais il ne les écrit pas. Il monte des soliloques avec le faible espoir de pouvoir les souvenir à son retour, après la place est fermé. Ceci il y a des passages de ses pleurs. Son poésie, c’est née dans les fissures des vieux bâtiments d'une capitale lointaine. Son pleur est né et mort dans les recoins chauds de cette ville. Il les écrit dans les sables de la côté brave, dans la mer méditerranéenne, après dans les rondpoints de Paris. Il récite des soliloques pendant son corps se fond sûr la siège. Il a l’air de parler seule, il se taire quand un ballon de football est tombé à côté de ses pies et un enfant s’approche. Il se taire pour ne pas effrayer les enfants. Il les désire l’espoir: une enfance gelée sous les galeries des avenues qui n’existent pas.

I

La promesa como conciertos distantes, exposiciones
en galerías sin ventanas y películas caseras
grabadas en videotape / luz inyectada
en tomas de 60 watts
bajo temporales urbanos y casuarinas revueltas.

Gurí, vos te acordás que fuimos níveos
caminos por andar
en carretas de nogal de bravura / en misa, cada mañana,
nuestras alas rotas eran conductos
de electricidad a los hermanos, y al arreo
nos llamaban egidas:
bacantes límpidos en un desierto
personal.

Fuimos casi salvadores
de nuestra derrota.
Hoy los versos arrastrados, nada más.

II

La infancia la anduvimos en deriva
al más veloz galope
sin saber donde terminaban los trémulos
regazos de nuestros pétramos, dónde
empezaba de nuevo la calle.

Detrás dejábamos nubes de polvo, el pasado
como un rudimento de ciudad lejana.

Cabalgamos las sierras de córdoba
en excursiones colegiales,
atravesamos los veranos entre fogones artificiales
y guitarras histéricas y extensos pasillos
donde el amor era un rumor, un experimento o poco más.

IV

el resto -los animales mecánicos
y el amor 1ª parte, los salones
de ensayo y las soñadas columnas Marshall-
esconde el timbre muerto
de esa deriva.

IV (interrupción)

Un viejo tema de Atahualpa dice
la pampa mata de abajo
el sol
castiga de arriba.

V

Hace varias primaveras que dejamos
de vestir como seríamos.


Gurí, vos te acordás del primer porro
armado con la estampita del santo
patrón de nuestra escuela:

la desidia, el amor 1ª parte.


Toma III 

Pasé toda esta tarde en la plaza que se esconde a metros de las autopistas del límite. Recitaba sin escribir nada. Nuestro talento fue el aplauso en las reuniones familiares, recitaba, nada más que variaciones de un rostro (anagramas y caricaturas). Hablaba del pasado como un soldado derrotado y solitario. Sin novedades en el frente. Su familia lejos de casa, desaparecida. En el frente solo se precipitó el sueño. Esta tarde, las primeras estrofas del soliloquio fueron torpes. No daba con las palabras. No encontré metáforas. No encontré adjetivos, apenas colándose frente a sustantivos abstractos. No encontré las palabras que dan cuenta de los torrenciales más fuertes. Busqué, con poca fuerza busqué pero no hubo nada.

Prólogo

no leas versos / son
confesiones mínimas.

I

La desilusión va al volante a 100
kilómetros por hora
en un viejo Ford de chapas negras.

El porvenir y lo soñado son dos
o tres amigos lejanos
en un auto que recorre las rutas
del sur de Argentina, un Ford
que sobrepasa las promesas
en curvas cerradas.

Un tema de mi adolescencia decía ELLOS
trajeron la CIA, los tanques
y todos los carapintadas para volar tu esperanza en mil pedazos
volar      el cielo más alto.

I (reformulado)
..............
Cuando el sueño se escapa y fumamos
un atado de veinte
hasta que suenan las cinco, cuando
sin pestañear entra la noche
sabemos que el eco es eco de nuestra propia voz
sin respuestas, que el eco es la insistencia
de los últimos años, de los últimos
veranos permanentes.

Febrero ya no es permanente, ya
nadie ofrece la risa de un porvenir mendaz
o el tiempo frágil e indemne de un cuerpo cercano, tendido
bajo un cielo idéntico al de mi imaginación,
bajo una música simple y fiel a mi imaginación

hace frío, mi nena tiene aeroembolismo y
ya no tenemos
amigos reales

.........

II

Estos puentes mentales son endebles.
A nuestros santos sin embargo los retamos
una y otra vez, quisimos
boxear moralmente hasta el amanecer
en un ring lejano y poca gente alrededor
y que al match lo transmitieran
los insectos de una radio sin señal.

(entre el mito, las drogas y las esporas
que devorábamos
elegimos prender fuego la búsqueda
de la verdad / mantenernos fieles
a una verdad coja y pésima como un poema de insomnio
pero nuestro a fin de cuentas / elegimos los restos
de una cosecha perdida por mal tiempo
pero tiempo nuestro a fin de cuentas).

Al pasado congeniado en el hielo
que recorre nuestras espaldas
lo llamamos refugio ausente, Insomnio.

III

Mi nena volverá en llamas, quemará
a todos los mentirosos, dejará
un banco de cenizas en la tierra.


Un jet estrellándose en el mercado de Seattle.
Una ciudad de pesadilla.
Estos son mis paisajes, ruinas
de la infancia / claros
en la tierra cavados por alerones
y cuerpos que saltaron
como lentos proyectiles de acero.

El pasado congeniado en el rencor
y lo improbable son Insomnio.

Toma IV

Pasé toda la tarde en una plaza que se esconde a metros de las autopistas del límite. La place René Binet. Quise escribir una elegía para dos o tres amigos que están lejos. Ensayé confesiones minúsculas. Un edificio sin columnas que oscila bajo la más liviana brisa. Una mezcla de pasado, mitos rotos y rock mudo. Hay que aceptar la pérdida por siempre, decía un amigo. Purgarlas en el papel, quizás: encerrar una tormenta eléctrica en una cajita de remedios para la ansiedad.

I

El pasado congeniado en el rencor
y lo imposible son Insomnio.

Insomnio es encontrar las florecientes
descripciones de mis pérdidas
y dejarlas como los castillos de arena
que sobreviven al abandono en playas invernales.

Hay que aceptar
la pérdida por siempre.
Negar las flores
que no fueron sembradas.

Insomnio es haber pasado los primeros 20 meses más crueles
trazando largos paisajes en hojas de calcar
como un mapa de la república y Malvinas. Trazar las estaciones
sin saber del invierno porteño todavía.
Soledad, insomnio es el mareo infiltrado en el recuerdo.

II

Las inundaciones suben desde el campo
y el sol castiga cada año
un poco más (yo desabrocho
los primeros botones de mi camisa
y fumo para después
verter las brasas en los trigales secos).

A veces mis ojos se emborrachan de ternura
contemplando esta periferia silenciosa:
un perro cubierto por hormigas rojas, durmiendo
en medio de la avenida desierta.
Un cuerpo trémulo: alguna vez leí
que los perros no dejan de temblar ya muertos
sino que sus nervios siguen golpeando
hasta levantar tierra.

El nombre que figuraba en las listas
de la escuela (¡Presente!)
como ese perro que tiembla en medio de la blanca avenida
antes de ser parte nueva del residuo o del pedregal.

II (reformulado)

Insomnio es balbucear este soliloquio en la place René Binet
a cuadras del Centre Sportif Bertrand Dauvin
donde mis hormigas nadan, después llegar
a casa a Clignancourt y aceptar la pérdida.

Cuando no puedo dormir, por las noches
enciendo veinte cigarrillos camel
y paso las horas tratando de escribir
las ideas brillantes o sea
los reproches
que enumeré durante el día.

Boceto del prefacio (escritos en la calle)


Una hora llevo enumerando el alfabeto / encontrando las bocas apropiadas para presentar a cielo abierto esta confusión. Hay quienes conocen las reglas del mundo desde un principio. Hay quienes jamás las comprenden y por eso se aferran la cabeza con furia, incomprendidos, ausentes. Hay quienes las conocen pero no están hechos para la afrenta. De todos ellos, los últimos somos los más desgraciados. Los que tienen miedo.

rue Jean Cocteau, 3:43 de la mañana

Las noches acá son antárticas; el insomnio perdura.
Nadie prenderá fuego este invierno, este suburbio.
No quiero perderme en la inmensa espera,
no quiero deber mi felicidad
a la ternura de una mujer
que procuro olvidar ahora.


Bocetos de los personajes

definiciones
Somos 2 recuerdos absurdos en un Ford
en una ruta nocturna de curvas cerradas.
Confundimos el pasado con la mejor ficción
y la verdad coja y los suburbios
de Londres en los 70’ y los cafés abarrotados
de beatniks inexistentes y la resistencia
de la Semana Trágica, de París en el 44’.

Recuerdos absurdos que inventan su verdad
para desconsuelo de sus amigos de segundo grado de vecindad,
afianzados en sus carreras médicoadministrativas.

A los maestros mostramos con orgullo la verdad plagiada
más allá de tanto miedo adentro, mostramos
la orilla brillante del suicidio, el ala rota
en busca del último muy bien.

rue Jean Cocteau, 4 de la mañana

Quise escribir una sincera confesión
y la olvidé por completo.

Toma IV

Verdad coja, errada y nuestra. Toda infancia que nace en la comedia puede culminar de cualquier forma. Depende de la dirección de nuestras manos. Del empujón, de los sonajeros campaneando sobre nosotros. Leí hace poco: todo lo que nace en comedia termina en tragicomedia.

Mis compases y las astillas de mis Faber 2B sumergidos
en los aljibes de esos paisajes,
ruinas de la infancia.

Gurí, nuestras invenciones eran tan absurdas
que ni escribir siquiera
podemos hoy sin desangrarnos.

Ya ves, estos bocetos los guardo
bajo de un colchón perforado
por acostarme y fumar a la vez
y tomar y ver pálidas sitcoms a la vez.

Cada palabra escrita es la renuncia
al canto. Fumar es tan perjudicial
como escribir en medio del Insomnio.
Cada cigarrillo, dicen,
ofrece un aventón de diez minutos.

Estamos rodando.

París, 20-02-10

Esto no es cuento


He wrote this terrific book of short stories,
The Secret Goldfish, in case you never heard of him.
J.D. Salinger (1919-2010)



I

...Las últimas horas intenté deshilvanar alguna de las pocas ideas fraguadas durante el día, cuando doy  rienda suelta por la ribera de un río urbano o las profundidades ígneas del metropolitano. En verdad, el subte simula una transición en la que pensar, para mí, en una ciudad extranjera, se vuelve una hazaña dificultosa. Un espacio viscoso, demasiados detalles. Aún así, hará dos horas ya calcé los pies bajo el tapete de lacra de esta biblioteca andrajosa, levantada a pocos metros de île de la Cité, y merodeé las brillantes y esporádicas ideas que tuve durante el día y quise darles forma y bautizarlas, hallar su traducción ejemplar al castellano corriente, y revisar también viejas historias que no fueron escritas por entero por qué no bien no sé y volver a las notas de hoy, no tan brillantes, ahora, más bien tirando a vulgares, opacas siluetas que escapan de mi cuando desando los bulevares cubiertos de invierno y la ribera de adoquines amolados con la delicada holgura de los siglos.
...Pienso que escapan, las ideas brillantes, y se arrojan al olvido por los puentes que atan el sur al norte de París y que se arrojan buscando no ser completadas o, incluso peor, incluso decepcionante, no ser descubiertas en su vulgaridad. Como si escribir las condenara a un tren que lleva a un campamento de muerte, al estrecho horizonte de una calle al parecer sin salida.

...Es de madrugada y realizo llamadas telefónicas a Buenos Aires para ignorar el paso del minutero. Llamadas que nadie va a contestar, eso lo sé, la diferencia horaria es grande y allá deben estar cenando o respirando, impasibles argentinos, la noche de verano en la continuidad de sus balcones. Querer tranquilizarme y fraguar cinco líneas que valgan la pena y es imposible. Trato y continúo y no lo consigo. Era mejor la helada, era mejor estar afuera, inmerso en la tranquilidad indiferente de la noche extranjera. Antes de sentarme acá, a un lado de la ventana que da la Cité, paseé algunas horas con el perro del dueño de este antro, un animal mediano y tímido que podría andar toda la madrugada por París sin descanso, atravesar el mapa en diagonales solo para detenerse en las orillas y los buzones y mearse en los pedregales de la historia. Precisamente en este punto nos parecemos venturosamente. Animales solitarios que se detienen bajo los puentes y caminan sin dirección precisa. Por eso dejé que el animal me guiara. Las calles que puede escoger terminan trazando, a vista de pájaro, el itinerario de un diario que nadie lee y por eso es absurdo y desolador. Una página escrita por Roberto Arlt perdida en un rincón del tiempo o en un cajón de un mueble astillado de pensión de barrio Boedo (¿o era Caballito?) a punto de ser demolido y arrastrado con un montón de escombros y sobre las ruinas de la infancia y la literatura una torre de departamentos de dos ambientes. Una página de menor importancia, esta página.
-¿Estás ahí? Tendrías que ver esta grabación fenomenal de Tom Waits. ¿Estás?
...Los ojos del perro como dos canicas negras. Parecen rebosar el dejo ahogado de un chico hambriento. Mirada lastimosa e ingenua. Jamás me dijeron si el perro es seguro, si es seguro dar rienda suelta a un animal así como uno hace con estas palabras, pero yo temo lo contrario. No se lo nota revirado o con rabia, pero la negrura del Sena por la noche le atrae de tal manera que en seguida se precipita hacia su orilla, y asoma esa curiosidad inescrupulosa como si quisiera besar el río o incluso el fondo del río. La curiosidad también puede matar a un perro. La curiosidad también puede matarme a mí. Acaso busque escapar al otro lado de eso fondos aunque debajo solo crezcan las algas y corra el metro. O acaso haya otra cosa del otro lado, algo más lúgubre y esperanzador que una fantasía improvisada por una desempleada en un café londinense.

...
...Intentaba, entonces, a la vuelta, después de abandonar al perro en casa de su dueño (dos ambientes donde la calefacción pasa los treinta grados, paredes cubiertas por solapas de grandes tomos de historia soviética, el viejo que se levanta y who the hell are you!) realizar lo que pudiera pensarse productivo y acorde a un espacio como este. En efecto, trabajo sobre un escritorio de roble casi tallado a mano y espatula y vidrios biselados con motivos geométricos y una colección infinita de literatura inglesa y una ventana de seis biseles por la que se ve, oculto entre los brazos pelados de los árboles, la estatua del corcel de Luis XIII y después los campanarios de Nôtre Dame. Y decir trabajar es mucha cosa. Quise completar el cuadro, en verdad, y simplemente llenar hojas de tinta como dibujaría las paredes (de no estar cubiertas de libros) con crayones de colores secundarios.
...Pero las historias siguen fugándose, parecieran navegar por los cauces mínimos que vierten la llovizna hacia las alcantarillas. Entonces busco oraciones perdidas en novelas de autores que no conozco. El escritor fracasado, personaje de Arlt, arranca hojas de libros ajenos y las mastica azarosamente. Es un pleonasmo. La insuficiencia que produce ansiedad. No poder atravesar esa enorme (pero sondable) frontera que separa la escritura de la hoja en blanco.
-Cómo va Francia, capo. ¿Estás en Marsella? Hace mil años que no hablamos (didascalia siempre, percuta un tiquitíc, tiquitíc).
...Y en verdad no quisiera contar ninguna historia. Tan solo leer en un cuarto cálido en las afueras de Buenos Aires o estar con una mujer (no diría su nombre) y después dormir boca abajo y despertarme, procaz y lúcido, antes del amanecer, todavía en Buenos Aires o en esta misma ciudad diez años más tarde. His initial efforts in that direction were entirely commendable, escribe J-M Walsh. ¿Era irlandés? Al inicio sucede una resolución o la disipación iniciática. Un poema escrito sobre una hoja ardiendo. Así pareciera ser esta noche. La hoja que primero arde como un rollo de nitrato y enseguida las llamas desaparecen y solo resta un borde de cenizas que va consumiendo el poema lentamente.
-Cuando aparezcas habláme que te comento algo tremendo.
-You have received a new e-mail from Facebook, tiquitíc.
...Esta misma mañana caminaba por la rue de Saint-Séverin (iba a buscar café para mí y la gente de que trabaja acá) y encontré un montón de hojas en blanco atascadas en la boca una alcantarilla. Desarmadas por la lluvia, eran casi un amalgama pastoso, inutilizables. Hojas arrojadas a la calle. Nadie escribió en ellas. Ni cartas ni resúmenes contables ni pleonasmos. Quizás las hojas fueran mías. La ausencia puebla de réplicas la calle, puebla la ciudad de señales. Arrojé el papel la noche de ayer y me obligué a olvidarlo. Do you believe in signs? / The only signs I believe in are the first steps taken in carrying out an idea, escribe Robert Frost, obras completas.
-You have received a new e-mail from NO REPLY…
...Puta que los parió. Debería fracasar, al menos, en la más irrestricta soledad, utilizando una máquina de escribir o un Colt calibre 38, mecánico y absoluto, quien sabe. Un tiro en el estómago de la imaginación. Pero nacimos atravesados por una sonda conectada a las innumerables líneas telefónicas, a las conexiones de banda ancha y siempre pensé que las telarañas negras que van de balcón en balcón cubriendo las calles de Buenos Aires, como una ciudad alterna y planificada para pájaros y plagas afines, son prolongaciones inmediatas de nuestros cuerpos urbanos. Y me siento a escribir, habiendo perdido toda fé en la disciplina o una posible inspiración, y no dejo de interrumpir estas palabras para conversar con compañeros de la escuela, con mujeres indiferentes salvo el hecho de estar en lo capital de su imaginario y por dónde andás, cosas así. Un mecanismo obsoleto, pero lo mismo da.
...Hasta ahora me dediqué tan solo a seleccionar títulos que daban la impresión de ser grandes obras (algunas resultaron ser obras monumentales) que desconocía. Pasar sus páginas una tras otra en busca de oraciones que fueran construcciones mentales, sólidas, ideas de acero inolvidable, aquellas aseveraciones que promedian los narradores sabihondos que disponen, cuidadosamente,  con manía de publicistas, en medio de una serie narrativa o un diálogo casual entre dos personajes. Aseveraciones. Así se construyen muchas novelas. Hay que proponer una verdad, al menos una. Así terminaría yo una novela si algún día tuviera el coraje y la determinación suficiente para adentrarme en ese loable y placentero suplicio. Un paisaje y una aseveración: Flaubert sufría, Kafka sufría: la soledad, los escondrijos oscuros, el zumbido de la máquina y las anotaciones al margen. Me acuerdo de L, escritor maldito que realizó la novela más descabellada de la literatura argentina y exigió a sus editores congregarla en un solo tomo de mil y más páginas. Compartía una cerveza tibia con él, en un bar en Rivadavia y Acoyte, la tarde de un viernes que llovió a cántaros, y entonces pregunté por su novela y me dijo, simplemente, que le había costado una enormidad escribirla, un trabajo abominable, insufrible, acaso no recomendable para la ansiedad inmediata. Después de copiarlo con una máquina soviética similar a la que usaba Perón, me decía, L quemó el manuscrito porque no tenía espacio en su departamento para conservarlo. Era dos ambientes oscuros, su casa, en planta baja, alquilados, vigilados austeramente por dos siberianos grises. L, estimadísimo autor, ahí debe sufrir felizmente ahora. Los libros me salvaron la vida, explicaba, no puedo pagar el alquiler pero los libros me salvaron la vida.
...Personajes como L, como réplicas biográficas. Escenas como réplicas de lo perdido o aquello que jamás sucedió al autor. Dos ambientes o la costa francesa de Fitzgerald. El suplicio escrito, diría, y la matriculación necesaria para componer una obra de ese género, un genuino trabajo de fuerza. Eso, o el único gesto sereno que puedo acometer en el segundo piso de la librería más conocida de París a medianoche, además de leer y percibir el asomo del canto de los pájaros, los campanarios de la catedral y el rostro afable y cargoso (el mismo) de amigos ausentes.

II


...Estoy en un Paraíso literario, y siguiendo el linaje correspondiendo, realizo lo posible por ser expulsado. Escribo porquerías, usurpo libros, y de haber un manzano creciendo en medio de la biblioteca probablemente lo despojaría de sus frutos con la misma seguridad imprecisa con la que desnudaría a una mujer. Esto no es un cuento, dije, es un pleonasmo.
-You have received an e-mail from Facebook. Tiquitíc.
...¿Por qué seguir garabateando papel glacé con crayones rojos? So I have found that for my own survival I had to have phrases of salvation if I was to keep anything worth keeping, escribe de una vez más. Robert Frost fue uno de los mejores poetas del siglo. Uno de varios escritores norteamericanos que murieron a orillas de los noventa años y hasta el último día de vida no dejaron de fumar ininterrumpidamente, de venerar las mujeres que alguna vez tuvieron, de antologar y revisar sus poemas ocultos en alacenas y canastos de mimbre.  Obras completas, el oficio de vivir. Y Judas vuelve a saludarme, la ventana minimizada titila y no encuentro más motivos para seguir pintando el blanco de estas hojas en vez de hablar con él, que en mi imaginación acaricia con cautela el lomo de su nuevo gato y se embriaga, con no menos cautela, en la terraza de su casa en Balvanera. Internet inalámbrico, probablemente.
-Cómo estás.
 ...Después de reescribir pasajes innumerables de autores ingleses que probablemente jamás hayan arribado al puerto del río de la Plata (o al menos jamás les fueron dedicadas sus merecidas sepulturas) la prosa enarbérica de Judas por chat es excusa suficiente para despojarme de falsos cuadros y esa predisposición inocua del joven que se sienta a escribir como un oficio noble o una jornada de cacería de ciervos y no, propiamente, como una masturbación esporádica y tenaz.
-Acá ando.
-Qué hacías.
-Una masturbación esporádica y tenaz.
-... ¿Es metáfora?
Judas piensa, escribe, decide callar. Y espera.
-¿Vos cómo andás?
...Entonces hablé con Judas. Vi fotos de su nuevo gato (no sé por qué lo bautizó en portugués, que siempre se mofó de esa lengua e incluso yo acompañé sus burlas y la literatura portuguesa toda salvo dos o tres excepciones y verdaderos cantautores como era Chico Buarque y Vinicius y sus veleros solitarios) y comentamos mi vuelta y vagamente Buenos Aires.
...Hasta que Judas rozó lo anecdótico, aunque en verdad se trataba de un episodio traumático y confusamente literario, algo que ocurrió precisamente ayer. Y acá surge la historia de este día y por eso escribo estas palabras introductorias, era escribir hasta dar con la crónica y este será un diario personal de Ley, lleno de experiencias y jóvenes aseveraciones y detalles notables.
...A fin de cuentas, detrás de este meandro trazo meticulosamente una estructura (tampoco exageremos, es azarosa, improvisada como un estándar aficionado) y una forma precisa de contar que probablemente tenga algo que ver con haber estado leyendo Kerouac por varias horas, sin haber retenido, por supuesto, la importancia del lenguaje poético.
...El cuento que no es esto, después de todo, podría anunciarse de la siguiente manera: ayer por la tarde la mismísima muerte pasó al lado de Judas sin que él se enterara a su debida hora, porque Judas es un tipo severo y observador pero la muerte, trajeada de vagabunda o brisa de verano, se le puede escapar a cualquiera. Incluso a un lector de Chesterton y Agatha Christie en verano. Y la muerte pasó tan cerca suyo que lo primero que osé a preguntar nació de mi profunda (y momentánea) indiferencia por las tragedias ajenas (asumo que es temporal) y de cierta tendencia preocupante a reducir todo al practicismo. Si la muerte rozó los hombros de Judas y él se enteró más tarde, entonces le pregunté cómo es que pensaba escribirlo.
..Judas escribe, lee, es un cinéfilo meticuloso y ejercitado y sujeta todo su potencial a la perseverancia y al temor a caer en el aljibe abandonado de la inmovilidad y, muy probablemente, antes que todo, a caer en la locura, a perderse en medio de la aniquiladora ciudad y los años vertiginosos. Es decir que, al menos en este aspecto, nos diferenciamos completamente. Aún así, de encontrar ciertos episodios particulares, los dos nos damos a la escritura o al menos yo pretendo hacerlo hasta cumplir los 20, y si ahora escribo es porque estoy rodeado de libros y para escapar a las ambigüedades de la edad y el deseo lo mejor y al alcance es hablar de uno mismo o sea escribir este diario.
... Pues bien, Judas ayer conoció la muerte pero se enteró recién hoy. Ponerlo de este modo sugiere una historia intrigante, oscura, pero lo que pasó no tiene el mérito de un policial. A veces cruzamos la muerte, el abandono, la traición sin darnos cuenta, vemos sus rostros como vemos fugazmente el de cualquier peatón trajeado que marcha en sentido contrario por Florida y Lavalle, y después tenemos que hacer un esfuerzo nulo para reconstruir el vacuo contorno del tipo.
...Judas, entonces, se cruzó con la muerte, incluso le abrió la puerta o al menos, en términos concretos, estrechó la mano a quien la conocería de veras, a quien percibiría las más pequeñas cicatrices que imagino resplandecer en el instante previo a la consumación. A ese pobre desdichado Judas dijo buenas tardes y saludó efusivamente como un porteño de ley. El desdichado se llamaba Ricardo, y se trataba del marido de quien da clases de latín a Judas (caprichos del joven artista). Pues bien, el hermano de Judas también va al colegio al que él y yo fuimos y por lo tanto debe enfrentarse a tres años de severas y reiteradas traducciones como ejercicios de matemática. Mientras Judas va por motivaciones personales y desconocidas, su hermano busca lo justo y necesario para no pasarse el verano estudiando. Y los dos van a lo de Silvina, una mujer que pisa los cincuenta que se especializó en Letras clásicas cuando la facultad no era Puán 480 y que desde entonces se gana la vida dando clases de apoyo sobre todos estos asuntes. Al terminar su clase de latín, pues, Judas saludó a Silvina (¿o era Silvia?) y esta le dijo que Ricardo, su esposo, le abriría la puerta de calle para que pudiera salir. Fenómeno, habrá mascullado Judas. Silvia llamó a Ricardo y Ricardo no presentó objeción en bajarle a abrir a mi amigo. Bajaron hasta la puerta cancel, se dieron la mano y Judas marchó por las calles de Almagro sin imaginar que Ricardo moriría de inmediato, segundos después de saludarlo. Ferae perícula quae vident fugiunt. Al enterarme, solo pude pensar que Judas, en el plano metafísico de lo sucedido, puede tener algo que ver al respecto. Pensé que en mi versión de esta historia no podría, al igual que un policial, salir con las manos limpias. Que no podría adjudicarlo todo a encontrarse en el momento erróneo en el lugar equivocado. Que acaso, al sentarse esta madrugada porteña a hacer cuentas, mancharía sus páginas papel carta con sangre que no era suya, que se desvelaría, que sufriría de insomnio hasta espabilarse al son de los pasos fuertes en las escaleras y el sentencioso rugido del timbre.
...No seas pelotudo, dijo él. Estaba paralizado, decía, la última noche había apenas dormido aunque él, por supuesto, nada tenía que ver con la estrepitosa muerte de Ricardo. Judas simplemente se enteró por su hermano, que hasta ayer tomaba los turnos de Silvina que seguían a los de Judas. Su hermano llegó al zaguán de entrada por donde Judas había salido tranquilamente una hora atrás, y tocó el timbre de forma intermitente hasta que el portero le aviso que Silvia no estaba, que no insistiera, la mujer del 4 B había salido por una urgencia y ahora se encontraba en un hospital cercano. El hermano de Judas no tuvo más que volver y contarle lo ocurrido como al pasar. Judas, por supuesto, no contuvo su curiosidad o su instintiva culpa. A eso de las ocho, ya entrada la noche, llamó a Silvina con una excusa cualquiera. Y Silvia no contestó. Tampoco atendió la mujer que limpiaba ni atendieron los chicos de Silvina y Ricardo, por supuesto, tampoco. Judas habló con una mujer de voz áspera y profunda (una de esas mujeres recuperadas –jamás enteramente- del aerombolismo o de una crisis de angustia, dijo Judas, según supo reconocer en el tenor de la voz) que era hermana de Silvia y la conversación no duró más de tres minutos. Así porque si, parece que dijo la hermana de Silvina a Judas por teléfono, Ricardo sufrió un ataque cardíaco segundos después de bajarle a abrir la puerta a uno de los alumnos de su mujer. Kaputt, c'est fini, Rescue in pace. Fue trasladado en el Renault 19 de los vecinos, muy amables, porque la ambulancia del SAME nunca llegó o al menos no llegó con tiempo suficiente para aplicarle electrodos a su torso paralizado y salvarle la vida. Y Ricardo murió antes de llegar al hospital, dijo la mujer, como suele ocurrir en una ciudad de tránsito pesado. Silvina está destrozada y no quiere hablar con nadie y probablemente no vaya a dar clases por un tiempo. Judas balbuceó tres palabras de redención o apoyo incondicional e inservible que no recordó al hablar conmigo hace unos minutos y cortó.
...Después de sus palabras dejé de escribir y responderle un rato y encendí un cigarrillo y pensé este asunto. Ayer mismo leí otra de las pocas novelas de Agatha Christie que leí en mi vida y todavía padecía el titubeo anacrónico y meticuloso de los que desnudan todo lo que se les presenta comenzando por los zapatos. Lo que resta por resolver depende hasta hoy día, por supuesto, del médico forense de turno que determinaría cuál de todas las porquerías que pudo padecer Ricardo lo arrojó a la morgue a los cincuenta y un años y con dos hijos y una mujer tan afectiva como al parecer es Silvina. Silvina, fata volentem ducunt, nolentem trahunt. El paro cardíaco, dijeron alguna vez las estadísticas, es la primera causa de muerte de los argentinos, antes que los asesinatos azarosos, los accidentes de auto, antes que el terrorismo de Estado. Después de varios y extenuantes minutos de meditación, lo único que pude imaginar, como le dije a Judas, fue lo siguiente. Quizás la Muerte, una personificación abstracta pero real de la Muerte, esperaba del otro lado del zaguán de entrada cuando él bajó las escaleras del hall junto a Ricardo. No arriesgaría la descripción espuria de un espectro, sino una suerte vagabunda con ropa sucia que simplemente andaba por ahí, sin rumbo, por las calles de Almagro, alguien que se echa a dormir a los pies de la entrada de un edificio cualquiera. En otras palabras, la personificación del azar, de la desdicha. Sin tener mucha idea de quien aguardaba en los escalones de entrada del edificio, a plena luz de media tarde de verano, Ricardo y Judas dejaron que éste entrara como el viento. Esta metáfora, por supuesto, no es azarosa, sino más bien un tema urgente que debaten consorcios y agrupaciones vecinales porteñas en todo Buenos Aires. Judas salió a la calle, entonces, caminó dos cuadras y tomó el 101 hasta su casa. Y Ricardo se quedó a solas con su desdicha del otro lado. Probablemente no haya llegado al segundo piso cuando sus rodillas flaquearon y un calambre absurdo y silencioso tironeó de su brazo izquierdo doblando su cuerpo hacia atrás y así rodar un piso y medio por las escaleras y terminar rendido, inconsciente en el hall de entrada y el corazón que deja de bombear. Los únicos latidos que se oyeron en la penumbra de los palieres, supuse, fueron música sincopada e histérica, los pasos de Silvina desesperada percutiendo contra el suelo tras escuchar la caída y el quejido estólido y fugaz del difunto. Los listones eran de madera, dice Judas, pues de haber sido losa, la caída le hubiera provocado una muerte aún más degenerativa. Eso, al menos, fue lo que determinamos en veinte minutos, pues el espacio de tiempo entre su salida y la fallida aparición de su hermano fue mínima, suficiente como para que la vieja haraposa sujetara a Ricardo del brazo y dejara huérfanos a sus dos hijos y viuda a Silvina, que era buena mujer, Judas dixit. Et cupit dignis diu seruire cineribus, requiescat in pace, etc.
-¿Y vos decís que no la viste? ¿Ni un solo detalle que anticipara el infarto?
-Sí. Al darme la mano el brazo le temblaba, como si padeciera un calambre con varios días de gestación. También le sangraban las encías. Me dio la mano y nos saludamos con un beso y pude oler sus encías sangrantes.
-Me estás jodiendo.
-Obvio. No. No ví nada. Me enteré hace unas horas.
-¿Y no percibiste nada?
-¿Lo que vos decís? ¿Una vagabunda? ¿Una brisa fétida? ¿Cómo voy a haber visto algo así?
-A Silvina, digo, si la volviste a ver.
-No. No la voy a ver más, creo. O quizás en unas semanas. Cuando pasan estas cosas uno nunca sabe. Soy la última persona que vio a Ricardo con vida, quizás eso no le agrade ni un poco.
...Judas conjetura que Ricardo, cirujano y padre de familia y todo, era cocainómano. Y que su adicción iniciada en los años más duros de la carrera de Medicina llevó su corazón al espasmo definitivo.
-Yo conocí a varios. Se los reconoce a distancia.
...Y no se ponga en duda su aseveración. En los más retorcidos recodos que frecuentan las almas perdidas de la cultura marginal porteña, Judas llegó a frecuentar (curioso infatigable) poetas veteranos, cercanos al Instituto di Tella y agrupaciones trotskistas de poca monta, que llegaban a recitar los más largos poemas de Perlongher con medio gramo encima (aunque yo no sepa, realmente, si medio gramo es suficiente para recitar cadáveres de Perlongher o para provocar un infarto). Así es la cosa. Judas, infatigable, y mujeres que estudiaron letras y desertaron o terminaron la carrera aunque después se dedicaran, ya recibidas, a vender frutos secos y semillas dietéticas, mujeres que después de coger toda una noche, antes de encender un Marlboro rojo, ensayaban compases de cuatro líneas sobre las mesas de luz de los hoteles alojamiento que rodean el Centro Cultural Konex. Judas, perseguidor, y un novelista crecido en Buenos Aires que volvió a la capital después de haber vivido en Barcelona, Nueva Delhi y Camboya, y que todas las noches, después de acostarse con tipos que al día siguiente olvidaba por completo, las pasaba trabajando en una novela que ya superaba las mil doscientas páginas y trataba sobre varios amores homosexuales incluso en el seno del ejército argentino (y esto, aunque inédito, es veraz). Judas, inquebrantable, y un skater demacrado por los alucinógenos y estimulantes que fue a la escuela primaria con Judas y conmigo y que después se dedicó a reescribir a Allen Ginsberg. Judas, curiosísimo Judas, y un cuentista chaqueño (¿o era de la Patagonia?) del que solo se conocen trece cuentos (todos galardonados por premios locales, de Buenos Aires a los concursos literarios que organizan las municipalidades de ciudades menores) y dos ensayos o monografías (una acerca del Adán Buenosayres y la mitología gauchesca, publicada por EUDEBA, otro sobre la literatura pornográfica de contenido (??) que habría circulado clandestinamente durante las dictaduras de Onganía y Videla, publicado por EUDIBAS) y del que no se supo más desde el 94’, dicen, porque era judío y frecuentaba la mutual de la AMIA por razones laborales hasta el atentado, o porque se marchó a Europa a sobrevivir como traductor y esto último puedo asegurarlo.
...Hace unas horas, tan solo, esta misma noche, antes que pasara la madrugada intentando deshilvanar las pocas ideas fraguadas durante el día, de las que tomo nota cuando marcho a rienda suelta por la ribera del Sena o en las profundidades de la línea cuatro que une la Porte de Clignancourt con el resto de la ciudad, mientras paseaba al perro negro del dueño de la librería, aquel animal que padece cierta afición traumática por las profundidades del río, debajo del Pont de Sully, a metros del agua, mantuve una conversación extrañísima con un escritor argentino entrado en años, demacrado por el hambre, el vino y el tiempo de exilio y abandono personal, que hablaba con acento santiagueño y francés, como si hubiera olvidado el español por permanecer bastante callado en los últimos quince años, y que me habló de autores de literatura sucia (así dijo, "literatura sucia") que yo desconocía por completo, desconocimiento que solo puede adjudicarse a mi procacidad como lector o al terrorismo de Estado. Cuando la conversación flaqueaba y no había más por decir (y ya creía que divagaba con un mitómano) salvo rebelar identidades y orígenes y describir la pampa húmeda con cierta nostalgia o rencor (y ese dejo a mugre que tiene el acento de cualquier argentino, suele decir Judas) el animal negro (que seguía bajo mi potestad) echó a correr de tal forma que yo llegué a pensar que intentaría nadar hasta la isla de Saint Louis y entonces tendría que arrojarme al aceitoso Sena (como tantas veces premedité, pero no por una razón tan vulgar) o dar severas explicaciones en la librería y olvidarme de volver a caminar la rue de la Bûcherie por mucho rato. Por lo que empecé a correr detrás del perro y saludé fugazmente al entrerriano (¿o era de Resistencia?) que Judas dice haber leído y que no volví a ver.
-¿No le preguntaste el nombre?- dice Judas.
-No. Apenas hablaba de Argentina y solo parecía interesarle lo que te dije, la literatura sucia, la literatura sucia con contenido político en los setenta.
-Y de Marechal.
-Bueno, de Marechal no dijo nada.
...Entonces Judas me habló de un cuentista desaparecido que había publicado unos trece cuentos, hoy tan perdidos como la cinta sin cortes de Metrópolis de Fritz Lang, del que supo a través de una mujer con la que se acostó dos veces, la segunda vez con cierto estupor, ya, me dice Judas, la mina estaba terminando y estiraba el brazo en busca del bolsillo de su sobretodo y después dibujaba en una libreta, dibujos artísticos, dibujos del inconsciente, qué snobismo desagradable (Judas dixit).
...Todo lo que me contás voy escribiéndolo, le digo, aunque se trate de algo tan insípido como un beatnik apócrifo y, lo que es peor, porteño y, lo que es mucho peor, anclao en París, antes de acostarme pues acá van a ser las cuatro (¿ya?) y mañana no me despiertan ni las campanas de enfrente.
-Hasta mañana.
-You’ve received an e-mail from Facebook (tiquitíc).
y un enorme y distante abrazo. 

París, 26-02

-
-Cómo estás.
-Acá ando.
-Qué hacías.

To: George Whiteman

Biography for George
as requested by
Shakespeare & Company
37 rue de la Bucherie

Landscapes in literature are just like that.
Ruins of childhood.
Ricardo Piglia


I

If you really want to hear the story, the first thing you’ll probably like to know regards the place where I came from. And if that grey cradle has anything to do with the remaining memory of my childhood, and with the flickering phantoms hidden behind my name. Not so luckily for you, I am one of those who introduce themselves mumbling about tough origins and books they’ve read. One of those melodramatic Latin-Americans who write in English almost the same way they do in Spanish. I apologize for that. But I sincerely don’t care about English writing. I only care about translating.

So you may ask about my name and age and I’ll just tell you about an endless land lost in the south of South America. To overcome this presentation, you may also ask yourself if this land, whose name distills the sound of a rusted silver sword being brandished, is still the one of large crowds shouting to a harsh angel; guerrilla poets that would buy a continental dream in exchange for their lives; tango’s melodies and cabaret’s literature that speaks about exiles. Well, that magical and tragic land is almost death. I can hardly write about a rusted iron cradle. But I shall insist. I was born in the middle of its ruins. After the Berlin fall, at the beginning of the nineties. And I grew up and lived there all my life.

Buenos Aires has always been a landscape made of contrasts. It is an overcrowded city in a deserted country. A grey horizon by the sea where thousands of buildings are erected without criterion. Probably, those urban abnormalities perfectly reflect Argentineans. Aesthetic and moral abnormalities. Buenos Aires is a city that displays a complete lack of planning. Its residents’ biographies prove the same. And I am certainly not an exception. If I am sitting by a window near the Clignancourt metro station, sketching a literary self-presentation at five o’clock in the morning, this picture may be considered an immediate result of unplanned coincidences.

I’ll try to explain them anyway. And I’ll try to be concise and neat as I would be reading the books of your store as an invader or guest. Politeness still sits on the dusty shelves of this century. So do travelers without a clarified destiny. Paris was once full of them. And Buenos Aires is just jam-packed with them. A whole generation that has no name and that was raised by computers and indie rock lyrics. A lineage that doesn’t give a shit about reading Marx and Rimbaud for the first time in history. And whose unique sense of congregation regards queuing in front of European embassies in order to run away from their undeveloped country. I’m one of those who queue, and who stare at the best minds of this generation succeeding hysterically as marketing directors or postmodernist wises. Unfortunately, I did read Marx and French poets when I was fourteen. And literature and music and antique illusions became as professionally useless as indispensible needs for me. I neither got (yet) a European passport nor a single biographical certainty. I just write about the past. Impressions and short stories. Poetry in motion, static photographs and crap.

I once read that narrating is similar to playing poker. You’ve got to tell the truth and feign to be a liar at the same time. I’ve actually been doing that for the last twenty minutes in my writing. And I have done the same for the last nineteen years. So if you just want to know the story, it’s as simple as a counterfeit linear biography.
(...)
For those who persecute their doppelgangers, the past is often a cause for concern. Nowadays I’m still a teenager or I used to be so one year ago. That means nothing, anyway, but discomfort and full-time hesitation. If I am not, I’m currently no man’s age.

I’m not going to tell you my whole autobiography or anything. Whether this is an introduction or a presentation, I thought of it in the third person. It shouldn’t matter to anyone why the one who shares my name and passport quitted Argentina for a while, forgot university and now is seeking for some free reading in English literature because he hasn’t a penny in his pocket. He has just come here longing not to write about his past nor introduce himself to anyone. But in spite of this literate illusion, he knows that everything a man writes is autobiographical.

So he came to this studio near rue Jean Coucteau and thought he would write in the English he learnt at school. Two pages erected without criterion. That’s unplanned writing. So he sat right here where I’m sitting, and politely described his origin without meaning to. Or shall I say I came to Paris, having lost faith in the future, and wrote these words longing to stay at your book store for a while.

Paris, 23-02-10

Noche del veinte

.
I

Creer que una ciudad europea motiva la escritura es una ilusión. La misma utopía es creer que nuestras vacilaciones (el pasado y el rencor) desaparecen tan solo con residir en ellas. El que huye de sí mismo vuelve a encontrarse irremediablemente. Es el corolario del absurdo. Su ruta es una cinta de möebius.
El exilio, en cambio, reproduce sombras y fotografías distantes. Es más sencillo hablar de uno mismo cuando aquel que retratamos (con su equipaje y cicatrices) es un extranjero. Quien describe su reflejo realiza un acto de compunción. Es un traductor de su propia desgracia, de sus logros, descalabros y marchas triunfales.
Yo no dejo de narrar ceremonias en las que se inmiscuye, entre multitudes, un tipo que lleva mi nombre y mi pasaporte en el bolsillo; una silueta huidiza en la calle por la madrugada; un arranque en segunda que desaparece en la primera esquina. Pongámosle un nombre. Él es Max Derrey y su oficio es huir y temer. Soy su crítico y su perseguidor. Nadie refute que la alienación, en lo más recio de su parábola, produce este tipo de dobles. Personajes siniestros, detectives que no investigan nada, escritos y sombras. Y ya sabrían lo que sucede cuando dos clones se encuentran. No. Todo lo contrario. El encuentro de los doppelgangers. Es una resolución inmediata hacia aquello que nadie puede explicarme y llaman felicidad. La parábola quebrándose / una onomatopeya /crash. La destrucción inmediata y estridente de los espejos.

Esta noche caminamos la rue de Poissonniers hasta su estuario. Es una calle oscura y esencialmente africana que corre paralela al bulevar Ordino. Es decir del extremo norte al norte de la ciudad. Cuatro o cinco estaciones de la línea de metro IV (la rosa). En los brazos que cortan la rue de Poissonniers, a veces, se distingue el Sacre Coeur en lo más alto de la colina de Montmartre. Es un gran elefante blanco nacido en Bangladesh y asentado en París. La basílica es un refugio iluminado al que no se puede entrar a estas horas. Un refugio con las puertas cerradas. Asoma y vuelve desaparecer mientras caminamos la calle hasta el brazo del bulevar Barbes, es decir el Ordino, a unos metros de la Chapelle, unas siete cuadras de la Gare du Nord. De esa estación salen los trenes a Bélgica y Holanda y ahí había llegado yo la noche anterior.
Entonces caminamos rue de Poissonniers hasta el estuario. El edificio era el 1. Acá las numeraciones son confusas, parecieran seguir el trazado heteróclito del plano de la ciudad, psero este edificio era el 1 y por lo tanto el último o primero de toda rue de Poissonniers. Un edificio de los que acaban en mansardas y buhardillas como la mayoría. Había cuatro departamentos por piso (en una época habrían sido dos) sin ascensor. Subimos en vórtices tres escaleras, listones que crujen sin quebrarse y ventanas hechas para fumar asomado a la calle. Estas construcciones permanecen iguales a los palieres que captaban los rollos 33 mm del cine años cincuenta. Voy a cruzarme a Antoine Doiniel, me dije. Estos lugares no cambiaron nada.

En el tercer piso solo hablaban español. Una vez más, un montón de argentinos reunidos en un tres ambientes en París. Un club de latinoamericanos satisfechos de haber dado, al parecer, con el acierto de recoger sus libros y discos en Buenos Aires y volverse, ya definitivamente, a guaridas como la de rue de Poissonniers. Tangentes, huídas, exilios caseros.
1- Había una traductora que militaba en el NPA de Olivier Besancenot. No había frecuentado ningún círculo del barroquismo trotskista latinoamericano, pero acá, en París, me contaba, vivió la transición de la Ligue Communiste Revolutionaire a la fundación del NPA.
2- Había una rosarina que no se qué hacía y solo me hubiera interesado de haber podido llevarla a la cama. Rondaba los treinta y al parecer estaba casada.
3- Su marido era de Buenos Aires y decía chistes en voz baja. Rosario es un patio trasero de la capital, Uruguay es una provincia muy hermosa, Francia es un gran país para emigrar. Esto último no era un chiste, sino un cuadro que nos tomaba a cada uno como criaturas hechas en óleo. Nos pintaba el General De Gaulle, su semblante militar mostraba una cruz carlista.
4- Había una salteña que hizo los primeros años de carrera en Puán y por una de esas casualidades terminó en París (cuidando a una nena de seis años, recibiéndose en Sorbonne I).
5- Había otro pibe de Puán que era escritor y recibido en Filosofía. Vivo en París hace dos semanas, me dijo. Recién recibido. Con él salí al palier a fumar unos minutos. Yo vitoreé su título y él comentó que Puán tiene la tasa de recibidos más baja en Latinoamérica. Y que para el escritor, estudiar Letras en esa facultad puede resultar peligroso y hasta destructivo. Todos los escritores europeos hicieron carreras de letras, me decía, como si acá formaran su vocación. En Argentina, mejor dicho en Buenos Aires, en Puán, en verdad, parece resultar al revés. Letras acaba por destruir al que tenga la más mínima confusión, dijo. Como París termina por destruir las vocaciones que no son de hierro, dije yo.
Pablo (ese era su nombre porque ya olvidé el real) me decía que después de los primeros años uno comprende que la búsqueda sobrepasa la academia. Y si Puán está llena de estudiantes que no se reciben, afirmábamos, es porque es una fábrica frecuentada por tipos que tienen grandes bibliotecas, tipos que curiosean y asisten a las cátedras que interesan y nada más. Era de Salta, también, y estudió griego unos siete años antes de entrar a la facultad. Pero sólo le importaba lo contemporáneo. Traté de comentarle algo sobre Alain Badiou pero ni siquiera recordé el nombre de Badiou. Un discípulo de Althusser, le dije, y mencioné sus libros, pero no lo conocía. Después hablamos de Oscar Terán. Él llegó a tenerlo como docente en Pensamiento Argentino. Un tipazo. Gran profesor. Y nos aburrimos de nosotros mismos y volvimos al departamento.
6- Había una norteamericana con la que no podía hablar porque detesto el acento de los norteamericanos.
7- Un español que decía ser catalán y nada más. Entonces estás entre España y Europa, le dije al catalán, un poco riendo y otro poco cagándome en su nacionalismo y el sentido de pertenencia.
8- Estaban Florentina (yo tuve clases de literatura con su padre) y Fabiana y Matildhe. En verdad había ido con ellas.
9- Al resto no los conocí o no les hablé.
10- El dueño de casa era chileno y pasó buena parte de su vida en Berlín y acá. Cuando le preguntamos por sus hazañas y los visados, nos habló de casualidades y mucha suerte. Se casó con una francesa y terminó en París. En agosto parte a Barcelona porque seis años en esta ciudad, decía, pudren los ánimos de cualquiera. Hay que haber nacido acá o venir dispuesto a pasar los últimos días, dije yo. Entonces pensé en Vallejo y recordé Trilce, desplumé mi Parker y anoté unos versos en un block practiquísimo que llevo a todas partes.
Con el chileno hablamos un rato más largo (la proximidad desembocó en Pinochet y las dictaduras latinoamericanas). Chile, llegué a decirle, sintetiza la gran desilusión del continente. Entonces memoramos el suicidio de Allende y el bombardeo a la Moneda. Cuando se trata de memorar, enseguida narro los acontecimientos como si hiciera falta revivirlos a partir de los detalles. Con quién estaba Allende en el palacio, dije, a qué hora se pegó el tiro, cuál fue el comunicado radial que se pasaron los altos mandos. Matildhe sugirió que habláramos de otra cosa. Era sábado a la noche y estábamos en Francias. Entonces el chileno (que se llamaba José) cantó unos versos de Víctor Jara y comentó que vivió trece años de Pinochet.
-Soy hijo de la dictadura- dijo y el tenor de su voz se asemejó a una calle cubierta por la niebla- hijo de sus consecuencias.
-¿Lo sentís así?
-A los dieciocho años estuve en un cine en las afueras de Santiago. Unas seis horas estuve en la sala. Era lo que duraba un documental sobre los tiempos anteriores a Pinochet. Había descansos de quince minutos cada dos horas.- José abrió una botella y quiso seguir hablando. Un silencio de negra, después la continuación. -En los intervalos yo no podía parar de llorar. Ese día descubrí un país que ya estaba muerto. Una revolución social que había desaparecido.
José hablaba desde la distancia y la derrota ausente. Y esas eran sus palabras exactas porque las anoté en el block en cuanto pude y quise llorar vivamente y volverme a casa o al pasado aunque nada de eso hubiera tenido sentido. Cuando José hablaba de Allende el departamento parecía volverse gris y desaparecer lentamente en el tiempo. Al final nos despedimos, yo me fui por mi cuenta hacia la noche, de vuelta a la Porte de Clignancourt. Bajaron Pablo –el de Filosofía-, la otra chica de Salta y la norteamericana. Voy para el otro lado, les dije. Nos saludamos y nos deseamos suerte porque nunca más, puede ser, nos volvamos a ver.

II

Como las mujeres y la consecución de las pérdidas, las ciudades sí llegan a conocerse mejor si se escribe sobre ellas. Describir es narrar sobre sus habitantes y manías; los responsos que destilan los desagües de sus iglesias; las locuras de sus cafishes y sin techos nocturnos y sus tragedias más recónditas. Lo que no se lee al pie de página ni llega a los grandes diarios. Las historias mínimas son aguafuertes que esperan a ser impresas en la hoja de un escritor cualquiera. Esto es un rescate. Casi como arrojarme sobre un mar tormentoso sujeto a la base de un helicóptero. El cabo que rodea la cintura enflaquecida de Max Derrey cuelga de una arandela precaria y oxidada. Y aún así pretende arrojarse. Imprimir el rostro de la ciudad inmediata a sus pies. Cuatro pisos más abajo, sobre la rue Jean Cocteau.
Al salir de la casa del chileno caminé rue de Poissonniers en sentido inverso. Hasta esa noche había estado pensando y trabajando un poema largo dedicado a un amigo que está en Buenos Aires mientras yo recorro los saldos de París, y que también estuvo recorriendo los saldos de París mientras yo militaba y escribía en Buenos Aires. Creo, de hecho, que conocimos París como una sucesión fortuita, ya hace unos años. El pasó primero por Burdeos y después llegó a París. Mientras descubría Saint-Germán-des-Prés yo estaba en Belfast o al este de Irlanda, ya no recuerdo. Cuando bajé a Francia, él volvió a Buenos Aires. Solo coincidimos en dejarle una nota de agradecimiento sobre el sepulcro de un escritor. La primera tarde que recorrí el cementerio de Montparnasse estuve buen rato buscando su lápida. Coordinamos la expedición con un español de Toledo que llamaba “poeta” y que estaba dispuesto a perder su vuelo a Madrid si antes no encontraba el sepulcro del mismo escritor. Al fin la encontramos, el español la fotografió y después se fue. Entonces yo escribí en un pedazo de hoja cuadriculada una palabra y la aseguré sobre el sepulcro con algunas monedas de diez centavos argentinos que tenía. A unas pulgadas de mi pedazo papel, restaba, encogida por la humedad y la lluvia, una nota similar con la letra de mi amigo. También la fotografié y ya en Buenos Aires confirmamos la caligrafía.
Caminé rue de Poissonniers, entonces, pensando en este poema y un concierto de … que había estado cantando en silencio desde la media mañana (creo que soñé con el concierto o un lagarto de mosaicos similar al de Gaudí con un soundtrack similar de fondo) hasta fijarme, una vez más, en las calles oscuras de Poissonniers, los barrios que circundan, lejanos y tomados por una mayoría africana, la basílica de Sacre Coeur. En París los distritos o barrios se identifican con números pero éste bautismo es meramente administrativo y no contempla el semblante cambiante y difuso de una ciudad. En los distritos hay límites, postales filmográficas o prostitución de bajo costo. No caminaba Montmartre, entonces, ni las escalinatas filmadas por Truffaut en los 50s. Caminaba Château Rouge, un río vacío sobre el que sonaban dados invisibles, y una brisa leve arrastraba bolsas de nylon y cartones y maletas abandonadas. Rue de Poissonniers a las dos eran vendedores, putas de todas las edades y tallas, paseantes ocasionales y nocturnos. Ninguno era blanco y muchos caminaban sin tan solo parpadear. Eran miradas veteadas por el crack y la noche. Y decidí encender un cigarrillo y repetir el mismo gesto detectivesco al que se dan los extranjeros en las ciudades europeas. Caminar de noche sin destino aparente. Max Derrey, entonces, encendió un Camel y anduvó por rue de Poissonniers, pateó las cajas que se encontraban a sus pies y se fijó en las putas y los escaparates cerrados y en las marquesinas de tiendas que memoraban Haití, Costa de Marfil, Argelia.
Me dirigí en dirección a Clignancourt pero tomando otras calles, anotando sus nombres en el block. De noche podía ser Buenos Aires o una ciudad sin monumentos ni bandera. Edificios blancos y mansardas y veredas cubiertas por la mugre diurna.
(...)
20-2
.

Navegación bajo el Pont de Sully (poema)

-
El poema narrativo es una suerte de refugio.
El poema mal narrado es una aventura
de quince minutos. Acerca de la ausencia los amigos
Judas y Alberto se preguntaron por Derrey
y sostuvieron lo narrado a continuación. El poema
es un practicismo.


aimer et mourir
au pays qui te ressemble
C. B.


Uno de los veranos más crudos
y de febriles temporales de ciudad, un amigo
tomó un vuelo sin precisa dirección
al otro lado del mundo.

Era de quienes persiguen sus marcas
reptando en sentido inverso
las avenidas caminadas una vez, de hecho
no había noche en que mi amigo leyera
viejos libros porque sí /
daba prioridad incólume a los mapas urbanos
señalados por él mismo tiempo atrás
y también se daba a la relectura
metódica y liviana
de sus poemas olvidados de adolescente /
releía sin temor a encontrarse
con su doppelgaenger, releía
poemas escritos a tres de sus ex novias
y se masturbaba creyente
en el febril intento de recordar.

En una lóbrega cervecería del 5ème, cada noche
escribía y penaba en rayados cuadernos Gloria
y luego resbalaba angelicalmente por la madrugada blanda
entre el bulevar Sebastopol y el infierno invernal.

Esto contaba al dorso de las postales
del Sacre Coeur que enviaba
todas juntas en un sobre los domingos.
Llevo todos mis cabos sueltos, contaba,
en los más profundo del morral
   -guardo un ángel de alas rotas
bajo la palabra
y rarezas afines en fin

una madrugada endeble, mi amigo
quiso conocer la orilla
sumergida de Saint Louis,
paseó entonces por el pont de Sully
y saludando galantemente
las lejanas gárgolas de Nôtre Dame
se arrojó al Sena.

Esa noche, cuatro patrulleros tajaron el aliento
del invierno y la ribera helada
bajando por el Quai de la Tournelle, alarmados
por el rumor sumergido del suicidio.

La guardia civil contempló absorta
su cuerpo gélido
y sus bolsillos repletos de lujosos papeles azules.
El guardia que nadó hasta los fondos
de la isla de Saint Louis
no dijo palabra. El subcomisario
quiso deportarlo. El prefecto procedió
a tomar declaración
y silenciar a los testigos. Fue el más alto
protector del arrondissement
quien lo consideró héroe trémulo y sin tierra.

En vez de llamar al consulado argentino
a mi amigo en aguas algunos
quisieron llevarlo a la cripta del Panteón
junto a Víctor Hugo y 2 cálidas enfermeras de Nemeurs
otros al centro de sans-abri del bulevar Neys, Porte de Clignancourt

aún así mi amigo, al despertar, prescindió
de las sondas y vanos consejos y al fin pudo
tomar el último vuelo a Buenos Aires.

*

Pude verlo únicamente en el infierno
de tarde en que busqué
su desnudez en la terminal de Ezeiza.

Mi amigo murió de hipotermia una semana
después de ese retorno,
un mediodía de 40 grados Celsius
bajo las autopistas de Plaza Constitución.
En su mano encontraron dos boletos
de tren a Bariloche /su rostro
tenía la palidez de la tierra en el verano.

Cargué con sus cenizas
todo el trayecto hacia el Sur
sin olvidar por un segundo su provocación
a la vida,     sin olvidar cuán helado estaba el cauce
esa madrugada bajo el pont de Sully.

París, 26-2-10