I
...Las últimas horas
intenté deshilvanar alguna de las pocas ideas fraguadas durante el día, cuando
doy rienda suelta por la ribera de un río urbano o las profundidades
ígneas del metropolitano. En verdad, el subte simula una transición en la que
pensar, para mí, en una ciudad extranjera, se vuelve una hazaña dificultosa. Un
espacio viscoso, demasiados detalles. Aún así, hará dos horas ya calcé los pies
bajo el tapete de lacra de esta biblioteca andrajosa, levantada a pocos metros
de île de la Cité, y merodeé las brillantes y esporádicas ideas que tuve
durante el día y quise darles forma y bautizarlas, hallar su traducción
ejemplar al castellano corriente, y revisar también viejas historias que no
fueron escritas por entero por qué no bien no sé y volver a las notas de hoy,
no tan brillantes, ahora, más bien tirando a vulgares, opacas siluetas que
escapan de mi cuando desando los bulevares cubiertos de invierno y la ribera de
adoquines amolados con la delicada holgura de los siglos.
...Pienso que escapan,
las ideas brillantes, y se arrojan al olvido por los puentes que atan el sur al
norte de París y que se arrojan buscando no ser completadas o, incluso peor,
incluso decepcionante, no ser descubiertas en su vulgaridad. Como si escribir
las condenara a un tren que lleva a un campamento de muerte, al estrecho
horizonte de una calle al parecer sin salida.
...Es de madrugada y
realizo llamadas telefónicas a Buenos Aires para ignorar el paso del minutero.
Llamadas que nadie va a contestar, eso lo sé, la diferencia horaria es grande y
allá deben estar cenando o respirando, impasibles argentinos, la noche de
verano en la continuidad de sus balcones. Querer tranquilizarme y fraguar cinco
líneas que valgan la pena y es imposible. Trato y continúo y no lo consigo. Era
mejor la helada, era mejor estar afuera, inmerso en la tranquilidad indiferente
de la noche extranjera. Antes de sentarme acá, a un lado de la ventana que da
la Cité, paseé algunas horas con el perro del dueño de este antro, un animal
mediano y tímido que podría andar toda la madrugada por París sin descanso,
atravesar el mapa en diagonales solo para detenerse en las orillas y los
buzones y mearse en los pedregales de la historia. Precisamente en este punto
nos parecemos venturosamente. Animales solitarios que se detienen bajo los
puentes y caminan sin dirección precisa. Por eso dejé que el animal me guiara.
Las calles que puede escoger terminan trazando, a vista de pájaro, el
itinerario de un diario que nadie lee y por eso es absurdo y desolador. Una
página escrita por Roberto Arlt perdida en un rincón del tiempo o en un cajón
de un mueble astillado de pensión de barrio Boedo (¿o era Caballito?) a punto
de ser demolido y arrastrado con un montón de escombros y sobre las ruinas de
la infancia y la literatura una torre de departamentos de dos ambientes. Una
página de menor importancia, esta página.
-¿Estás ahí?
Tendrías que ver esta grabación fenomenal de Tom Waits. ¿Estás?
...Los ojos del perro como
dos canicas negras. Parecen rebosar el dejo ahogado de un chico hambriento.
Mirada lastimosa e ingenua. Jamás me dijeron si el perro es seguro, si es seguro dar rienda suelta a
un animal así como uno hace con estas palabras, pero yo temo lo contrario. No se
lo nota revirado o con rabia, pero la negrura del Sena por la noche le atrae de
tal manera que en seguida se precipita hacia su orilla, y asoma esa curiosidad
inescrupulosa como si quisiera besar el río o incluso el fondo del río. La
curiosidad también puede matar a un perro. La curiosidad también puede matarme
a mí. Acaso busque escapar al otro lado de eso fondos aunque debajo solo
crezcan las algas y corra el metro. O acaso haya otra cosa del otro lado, algo
más lúgubre y esperanzador que una fantasía improvisada por una desempleada en
un café londinense.
...
...Intentaba, entonces,
a la vuelta, después de abandonar al perro en casa de su dueño (dos ambientes
donde la calefacción pasa los treinta grados, paredes cubiertas por solapas de
grandes tomos de historia soviética, el viejo que se levanta y who the hell are you!) realizar lo que
pudiera pensarse productivo y acorde a un espacio como este. En efecto, trabajo
sobre un escritorio de roble casi tallado a mano y espatula y vidrios biselados
con motivos geométricos y una colección infinita de literatura inglesa y una
ventana de seis biseles por la que se ve, oculto entre los brazos pelados de
los árboles, la estatua del corcel de Luis XIII y después los campanarios de
Nôtre Dame. Y decir trabajar es mucha cosa. Quise completar el cuadro, en
verdad, y simplemente llenar hojas de tinta como dibujaría las paredes (de no
estar cubiertas de libros) con crayones de colores secundarios.
...Pero las historias
siguen fugándose, parecieran navegar por los cauces mínimos que vierten la
llovizna hacia las alcantarillas. Entonces busco oraciones perdidas en novelas
de autores que no conozco. El escritor fracasado, personaje de Arlt, arranca
hojas de libros ajenos y las mastica azarosamente. Es un pleonasmo. La
insuficiencia que produce ansiedad. No poder atravesar esa enorme (pero
sondable) frontera que separa la escritura de la hoja en blanco.
-Cómo va Francia,
capo. ¿Estás en Marsella? Hace mil años que no hablamos (didascalia siempre,
percuta un tiquitíc, tiquitíc).
...Y en verdad no
quisiera contar ninguna historia. Tan solo leer en un cuarto cálido en las
afueras de Buenos Aires o estar con una mujer (no diría su nombre) y después
dormir boca abajo y despertarme, procaz y lúcido, antes del amanecer, todavía
en Buenos Aires o en esta misma ciudad diez años más tarde. His initial efforts in that direction were entirely
commendable, escribe J-M Walsh. ¿Era irlandés? Al inicio sucede una resolución o la
disipación iniciática. Un poema escrito sobre una hoja ardiendo. Así pareciera
ser esta noche. La hoja que primero arde como un rollo de nitrato y enseguida
las llamas desaparecen y solo resta un borde de cenizas que va consumiendo el
poema lentamente.
-Cuando aparezcas
habláme que te comento algo tremendo.
-You have received a new e-mail from Facebook, tiquitíc.
...Esta misma mañana
caminaba por la rue de Saint-Séverin (iba a buscar café para mí y la gente de que
trabaja acá) y encontré un montón de hojas en blanco atascadas en la boca una
alcantarilla. Desarmadas por la lluvia, eran casi un amalgama pastoso,
inutilizables. Hojas arrojadas a la calle. Nadie escribió en ellas. Ni cartas
ni resúmenes contables ni pleonasmos. Quizás las hojas fueran mías. La ausencia
puebla de réplicas la calle, puebla la ciudad de señales. Arrojé el papel la
noche de ayer y me obligué a olvidarlo. Do you
believe in signs? / The only signs I believe in are the first steps taken in
carrying out an idea, escribe Robert Frost, obras completas.
-You have received a new e-mail from NO REPLY…
...Puta que los parió.
Debería fracasar, al menos, en la más irrestricta soledad, utilizando una
máquina de escribir o un Colt calibre 38, mecánico y absoluto, quien sabe. Un
tiro en el estómago de la imaginación. Pero nacimos atravesados por una sonda
conectada a las innumerables líneas telefónicas, a las conexiones de banda
ancha y siempre pensé que las telarañas negras que van de balcón en balcón
cubriendo las calles de Buenos Aires, como una ciudad alterna y planificada
para pájaros y plagas afines, son prolongaciones inmediatas de nuestros cuerpos
urbanos. Y me siento a escribir, habiendo perdido toda fé en la disciplina o una
posible inspiración, y no dejo de interrumpir estas palabras para conversar con
compañeros de la escuela, con mujeres indiferentes salvo el hecho de estar en
lo capital de su imaginario y por dónde andás, cosas así. Un mecanismo
obsoleto, pero lo mismo da.
...Hasta ahora me
dediqué tan solo a seleccionar títulos que daban la impresión de ser grandes obras
(algunas resultaron ser obras monumentales) que desconocía. Pasar sus páginas
una tras otra en busca de oraciones que fueran construcciones mentales,
sólidas, ideas de acero inolvidable, aquellas aseveraciones que promedian los
narradores sabihondos que disponen, cuidadosamente, con manía de
publicistas, en medio de una serie narrativa o un diálogo casual entre dos
personajes. Aseveraciones. Así se construyen muchas novelas. Hay que proponer
una verdad, al menos una. Así terminaría yo una novela si algún día tuviera el
coraje y la determinación suficiente para adentrarme en ese loable y placentero
suplicio. Un paisaje y una aseveración: Flaubert sufría, Kafka sufría: la
soledad, los escondrijos oscuros, el zumbido de la máquina y las anotaciones al
margen. Me acuerdo de L, escritor maldito que realizó la novela más
descabellada de la literatura argentina y exigió a sus editores congregarla en
un solo tomo de mil y más páginas. Compartía una cerveza tibia con él, en un
bar en Rivadavia y Acoyte, la tarde de un viernes que llovió a cántaros, y
entonces pregunté por su novela y me dijo, simplemente, que le había costado
una enormidad escribirla, un trabajo abominable, insufrible, acaso no
recomendable para la ansiedad inmediata. Después de copiarlo con una máquina
soviética similar a la que usaba Perón, me decía, L quemó el manuscrito porque
no tenía espacio en su departamento para conservarlo. Era dos ambientes oscuros,
su casa, en planta baja, alquilados, vigilados austeramente por dos siberianos
grises. L, estimadísimo autor, ahí debe sufrir felizmente ahora. Los libros me
salvaron la vida, explicaba, no puedo pagar el alquiler pero los libros me
salvaron la vida.
...Personajes como L,
como réplicas biográficas. Escenas como réplicas de lo perdido o aquello que
jamás sucedió al autor. Dos ambientes o la costa francesa de Fitzgerald. El
suplicio escrito, diría, y la matriculación necesaria para componer una obra de
ese género, un genuino trabajo de fuerza. Eso, o el único gesto sereno que
puedo acometer en el segundo piso de la librería más conocida de París a medianoche,
además de leer y percibir el asomo del canto de los pájaros, los campanarios de
la catedral y el rostro afable y cargoso (el mismo) de amigos ausentes.
II
...Estoy en un Paraíso
literario, y siguiendo el linaje correspondiendo, realizo lo posible por ser
expulsado. Escribo porquerías, usurpo libros, y de haber un manzano creciendo
en medio de la biblioteca probablemente lo despojaría de sus frutos con la
misma seguridad imprecisa con la que desnudaría a una mujer. Esto no es un
cuento, dije, es un pleonasmo.
-You have received
an e-mail from Facebook. Tiquitíc.
...¿Por qué seguir
garabateando papel glacé con crayones rojos? So
I have found that for my own survival I had to have phrases of salvation if I
was to keep anything worth keeping, escribe de una vez más. Robert Frost fue
uno de los mejores poetas del siglo. Uno de varios escritores norteamericanos
que murieron a orillas de los noventa años y hasta el último día de vida no
dejaron de fumar ininterrumpidamente, de venerar las mujeres que alguna vez
tuvieron, de antologar y revisar sus poemas ocultos en alacenas y canastos de
mimbre. Obras completas, el oficio de
vivir. Y Judas vuelve a saludarme, la ventana minimizada titila y no encuentro
más motivos para seguir pintando el blanco de estas hojas en vez de hablar con
él, que en mi imaginación acaricia con cautela el lomo de su nuevo gato y se
embriaga, con no menos cautela, en la terraza de su casa en Balvanera. Internet
inalámbrico, probablemente.
-Cómo estás.
...Después de reescribir pasajes innumerables de
autores ingleses que probablemente jamás hayan arribado al puerto del río de la
Plata (o al menos jamás les fueron dedicadas sus merecidas sepulturas) la prosa
enarbérica de Judas por chat es excusa suficiente para despojarme de falsos
cuadros y esa predisposición inocua del joven que se sienta a escribir como un
oficio noble o una jornada de cacería de ciervos y no, propiamente, como una
masturbación esporádica y tenaz.
-Acá ando.
-Qué hacías.
-Una masturbación
esporádica y tenaz.
-... ¿Es metáfora?
Judas piensa,
escribe, decide callar. Y espera.
-¿Vos cómo andás?
...Entonces hablé con
Judas. Vi fotos de su nuevo gato (no sé por qué lo bautizó en portugués, que
siempre se mofó de esa lengua e incluso yo acompañé sus burlas y la literatura
portuguesa toda salvo dos o tres excepciones y verdaderos cantautores como era
Chico Buarque y Vinicius y sus veleros solitarios) y comentamos mi vuelta y
vagamente Buenos Aires.
...Hasta que Judas rozó
lo anecdótico, aunque en verdad se trataba de un episodio traumático y
confusamente literario, algo que ocurrió precisamente ayer. Y acá surge la
historia de este día y por eso escribo estas palabras introductorias, era
escribir hasta dar con la crónica y este será un diario personal de Ley, lleno
de experiencias y jóvenes aseveraciones y detalles notables.
...A fin de cuentas,
detrás de este meandro trazo meticulosamente una estructura (tampoco
exageremos, es azarosa, improvisada como un estándar aficionado) y una forma
precisa de contar que probablemente tenga algo que ver con haber estado leyendo
Kerouac por varias horas, sin haber retenido, por supuesto, la importancia del
lenguaje poético.
...El cuento que no es
esto, después de todo, podría anunciarse de la siguiente manera: ayer por la
tarde la mismísima muerte pasó al lado de Judas sin que él se enterara a su
debida hora, porque Judas es un tipo severo y observador pero la muerte,
trajeada de vagabunda o brisa de verano, se le puede escapar a cualquiera. Incluso
a un lector de Chesterton y Agatha Christie en verano. Y la muerte pasó tan
cerca suyo que lo primero que osé a preguntar nació de mi profunda (y
momentánea) indiferencia por las tragedias ajenas (asumo que es temporal) y de
cierta tendencia preocupante a reducir todo al practicismo. Si la muerte rozó
los hombros de Judas y él se enteró más tarde, entonces le pregunté cómo es que
pensaba escribirlo.
..Judas escribe, lee,
es un cinéfilo meticuloso y ejercitado y sujeta todo su potencial a la
perseverancia y al temor a caer en el aljibe abandonado de la inmovilidad y,
muy probablemente, antes que todo, a caer en la locura, a perderse en medio de
la aniquiladora ciudad y los años vertiginosos. Es decir que, al menos en este
aspecto, nos diferenciamos completamente. Aún así, de encontrar ciertos
episodios particulares, los dos nos damos a la escritura o al menos yo pretendo
hacerlo hasta cumplir los 20, y si ahora escribo es porque estoy rodeado de
libros y para escapar a las ambigüedades de la edad y el deseo lo mejor y al
alcance es hablar de uno mismo o sea escribir este diario.
... Pues bien, Judas
ayer conoció la muerte pero se enteró recién hoy. Ponerlo de este modo sugiere
una historia intrigante, oscura, pero lo que pasó no tiene el mérito de un
policial. A veces cruzamos la muerte, el abandono, la traición sin darnos
cuenta, vemos sus rostros como vemos fugazmente el de cualquier peatón trajeado
que marcha en sentido contrario por Florida y Lavalle, y después tenemos que
hacer un esfuerzo nulo para reconstruir el vacuo contorno del tipo.
...Judas, entonces, se cruzó
con la muerte, incluso le abrió la puerta o al menos, en términos concretos, estrechó
la mano a quien la conocería de veras, a quien percibiría las más pequeñas
cicatrices que imagino resplandecer en el instante previo a la consumación. A
ese pobre desdichado Judas dijo buenas tardes y saludó efusivamente como un
porteño de ley. El desdichado se llamaba Ricardo, y se trataba del marido de
quien da clases de latín a Judas (caprichos del joven artista). Pues bien, el
hermano de Judas también va al colegio al que él y yo fuimos y por lo tanto
debe enfrentarse a tres años de severas y reiteradas traducciones como
ejercicios de matemática. Mientras Judas va por motivaciones personales y
desconocidas, su hermano busca lo justo y necesario para no pasarse el verano
estudiando. Y los dos van a lo de Silvina, una mujer que pisa los cincuenta que
se especializó en Letras clásicas cuando la facultad no era Puán 480 y que desde
entonces se gana la vida dando clases de apoyo sobre todos estos asuntes. Al
terminar su clase de latín, pues, Judas saludó a Silvina (¿o era Silvia?) y
esta le dijo que Ricardo, su esposo, le abriría la puerta de calle para que
pudiera salir. Fenómeno, habrá mascullado Judas. Silvia llamó a Ricardo y
Ricardo no presentó objeción en bajarle a abrir a mi amigo. Bajaron hasta la
puerta cancel, se dieron la mano y Judas marchó por las calles de Almagro sin
imaginar que Ricardo moriría de inmediato, segundos después de saludarlo. Ferae
perícula quae vident fugiunt. Al enterarme, solo pude pensar que Judas, en el
plano metafísico de lo sucedido, puede tener algo que ver al respecto. Pensé
que en mi versión de esta historia no podría, al igual que un policial, salir
con las manos limpias. Que no podría adjudicarlo todo a encontrarse en el
momento erróneo en el lugar equivocado. Que acaso, al sentarse esta madrugada
porteña a hacer cuentas, mancharía sus páginas papel carta con sangre que no
era suya, que se desvelaría, que sufriría de insomnio hasta espabilarse al son
de los pasos fuertes en las escaleras y el sentencioso rugido del timbre.
...No seas pelotudo, dijo
él. Estaba paralizado, decía, la última noche había apenas dormido aunque él,
por supuesto, nada tenía que ver con la estrepitosa muerte de
Ricardo. Judas simplemente se enteró por su hermano, que hasta ayer tomaba
los turnos de Silvina que seguían a los de Judas. Su hermano llegó al zaguán de
entrada por donde Judas había salido tranquilamente una hora atrás, y tocó el
timbre de forma intermitente hasta que el portero le aviso que Silvia no
estaba, que no insistiera, la mujer del 4 B había salido por una urgencia y
ahora se encontraba en un hospital cercano. El hermano de Judas no tuvo más que
volver y contarle lo ocurrido como al pasar. Judas, por supuesto, no contuvo su
curiosidad o su instintiva culpa. A eso de las ocho, ya entrada la noche, llamó
a Silvina con una excusa cualquiera. Y Silvia no contestó. Tampoco atendió la
mujer que limpiaba ni atendieron los chicos de Silvina y Ricardo, por supuesto,
tampoco. Judas habló con una mujer de voz áspera y profunda (una de esas
mujeres recuperadas –jamás enteramente- del aerombolismo o de una crisis de
angustia, dijo Judas, según supo reconocer en el tenor de la voz) que era
hermana de Silvia y la conversación no duró más de tres minutos. Así porque si,
parece que dijo la hermana de Silvina a Judas por teléfono, Ricardo sufrió un
ataque cardíaco segundos después de bajarle a abrir la puerta a uno de los
alumnos de su mujer. Kaputt, c'est fini, Rescue in pace. Fue trasladado en el
Renault 19 de los vecinos, muy amables, porque la ambulancia del SAME nunca
llegó o al menos no llegó con tiempo suficiente para aplicarle electrodos a su
torso paralizado y salvarle la vida. Y Ricardo murió antes de llegar al
hospital, dijo la mujer, como suele ocurrir en una ciudad de tránsito pesado.
Silvina está destrozada y no quiere hablar con nadie y probablemente no vaya a
dar clases por un tiempo. Judas balbuceó tres palabras de redención o apoyo
incondicional e inservible que no recordó al hablar conmigo hace unos minutos y
cortó.
...Después de sus
palabras dejé de escribir y responderle un rato y encendí un cigarrillo y pensé
este asunto. Ayer mismo leí otra de las pocas novelas de Agatha Christie que
leí en mi vida y todavía padecía el titubeo anacrónico y meticuloso de los que
desnudan todo lo que se les presenta comenzando por los zapatos. Lo que resta
por resolver depende hasta hoy día, por supuesto, del médico forense de turno
que determinaría cuál de todas las porquerías que pudo padecer Ricardo lo
arrojó a la morgue a los cincuenta y un años y con dos hijos y una mujer tan
afectiva como al parecer es Silvina. Silvina, fata volentem ducunt, nolentem
trahunt. El paro cardíaco, dijeron alguna vez las estadísticas, es la primera
causa de muerte de los argentinos, antes que los asesinatos azarosos, los
accidentes de auto, antes que el terrorismo de Estado. Después de varios y
extenuantes minutos de meditación, lo único que pude imaginar, como le dije a Judas,
fue lo siguiente. Quizás la Muerte, una personificación abstracta pero real de
la Muerte, esperaba del otro lado del zaguán de entrada cuando él bajó las
escaleras del hall junto a Ricardo. No arriesgaría la descripción espuria de un
espectro, sino una suerte vagabunda con ropa sucia que simplemente andaba por
ahí, sin rumbo, por las calles de Almagro, alguien que se echa a dormir a los
pies de la entrada de un edificio cualquiera. En otras palabras, la
personificación del azar, de la desdicha. Sin tener mucha idea de quien
aguardaba en los escalones de entrada del edificio, a plena luz de media tarde
de verano, Ricardo y Judas dejaron que éste entrara como el viento. Esta
metáfora, por supuesto, no es azarosa, sino más bien un tema urgente que
debaten consorcios y agrupaciones vecinales porteñas en todo Buenos Aires. Judas
salió a la calle, entonces, caminó dos cuadras y tomó el 101 hasta su casa. Y
Ricardo se quedó a solas con su desdicha del otro lado. Probablemente no haya
llegado al segundo piso cuando sus rodillas flaquearon y un calambre absurdo y
silencioso tironeó de su brazo izquierdo doblando su cuerpo hacia atrás y así
rodar un piso y medio por las escaleras y terminar rendido, inconsciente en el
hall de entrada y el corazón que deja de bombear. Los únicos latidos que se
oyeron en la penumbra de los palieres, supuse, fueron música sincopada e
histérica, los pasos de Silvina desesperada percutiendo contra el suelo tras
escuchar la caída y el quejido estólido y fugaz del difunto. Los listones eran
de madera, dice Judas, pues de haber sido losa, la caída le hubiera provocado
una muerte aún más degenerativa. Eso, al menos, fue lo que determinamos en
veinte minutos, pues el espacio de tiempo entre su salida y la fallida
aparición de su hermano fue mínima, suficiente como para que la vieja haraposa sujetara
a Ricardo del brazo y dejara huérfanos a sus dos hijos y viuda a Silvina, que
era buena mujer, Judas dixit. Et cupit dignis diu seruire cineribus, requiescat in
pace, etc.
-¿Y vos decís que no
la viste? ¿Ni un solo detalle que anticipara el infarto?
-Sí. Al darme la
mano el brazo le temblaba, como si padeciera un calambre con varios días de
gestación. También le sangraban las encías. Me dio la mano y nos saludamos con
un beso y pude oler sus encías sangrantes.
-Me estás jodiendo.
-Obvio. No. No ví
nada. Me enteré hace unas horas.
-¿Y no percibiste
nada?
-¿Lo que vos decís?
¿Una vagabunda? ¿Una brisa fétida? ¿Cómo voy a haber visto algo así?
-A Silvina, digo, si
la volviste a ver.
-No. No la voy a ver
más, creo. O quizás en unas semanas. Cuando pasan estas cosas uno nunca sabe.
Soy la última persona que vio a Ricardo con vida, quizás eso no le agrade ni un
poco.
...Judas conjetura que
Ricardo, cirujano y padre de familia y todo, era cocainómano. Y que su adicción
iniciada en los años más duros de la carrera de Medicina llevó su corazón al
espasmo definitivo.
-Yo conocí a varios.
Se los reconoce a distancia.
...Y no se ponga en
duda su aseveración. En los más retorcidos recodos que frecuentan las almas
perdidas de la cultura marginal porteña, Judas llegó a frecuentar (curioso
infatigable) poetas veteranos, cercanos al Instituto di Tella y agrupaciones
trotskistas de poca monta, que llegaban a recitar los más largos poemas de
Perlongher con medio gramo encima (aunque yo no sepa, realmente, si medio gramo
es suficiente para recitar cadáveres de Perlongher o para provocar un infarto).
Así es la cosa. Judas, infatigable, y mujeres que estudiaron letras y
desertaron o terminaron la carrera aunque después se dedicaran, ya recibidas, a
vender frutos secos y semillas dietéticas, mujeres que después de coger toda
una noche, antes de encender un Marlboro rojo, ensayaban compases de cuatro
líneas sobre las mesas de luz de los hoteles alojamiento que rodean el Centro
Cultural Konex. Judas, perseguidor, y un novelista crecido en Buenos Aires que
volvió a la capital después de haber vivido en Barcelona, Nueva Delhi y
Camboya, y que todas las noches, después de acostarse con tipos que al día
siguiente olvidaba por completo, las pasaba trabajando en una novela que ya
superaba las mil doscientas páginas y trataba sobre varios amores homosexuales
incluso en el seno del ejército argentino (y esto, aunque inédito, es veraz).
Judas, inquebrantable, y un skater demacrado por los alucinógenos y
estimulantes que fue a la escuela primaria con Judas y conmigo y que después se
dedicó a reescribir a Allen Ginsberg. Judas, curiosísimo Judas, y un cuentista
chaqueño (¿o era de la Patagonia?) del que solo se conocen trece cuentos (todos
galardonados por premios locales, de Buenos Aires a los concursos literarios
que organizan las municipalidades de ciudades menores) y dos ensayos o
monografías (una acerca del Adán Buenosayres y la mitología gauchesca,
publicada por EUDEBA, otro sobre la literatura pornográfica de contenido (??) que
habría circulado clandestinamente durante las dictaduras de Onganía y Videla,
publicado por EUDIBAS) y del que no se supo más desde el 94’, dicen, porque era
judío y frecuentaba la mutual de la AMIA por razones laborales hasta el
atentado, o porque se marchó a Europa a sobrevivir como traductor y esto último
puedo asegurarlo.
...Hace unas horas, tan
solo, esta misma noche, antes que pasara la madrugada intentando deshilvanar
las pocas ideas fraguadas durante el día, de las que tomo nota cuando marcho a
rienda suelta por la ribera del Sena o en las profundidades de la línea cuatro
que une la Porte de Clignancourt con el resto de la ciudad, mientras paseaba al
perro negro del dueño de la librería, aquel animal que padece cierta afición
traumática por las profundidades del río, debajo del Pont de Sully, a metros
del agua, mantuve una conversación extrañísima con un escritor argentino
entrado en años, demacrado por el hambre, el vino y el tiempo de exilio y
abandono personal, que hablaba con acento santiagueño y francés, como si
hubiera olvidado el español por permanecer bastante callado en los últimos
quince años, y que me habló de autores de literatura sucia (así dijo,
"literatura sucia") que yo desconocía por completo, desconocimiento
que solo puede adjudicarse a mi procacidad como lector o al terrorismo de
Estado. Cuando la conversación flaqueaba y no había más por decir (y ya creía
que divagaba con un mitómano) salvo rebelar identidades y orígenes y describir
la pampa húmeda con cierta nostalgia o rencor (y ese dejo a mugre que tiene el
acento de cualquier argentino, suele decir Judas) el animal negro (que seguía
bajo mi potestad) echó a correr de tal forma que yo llegué a pensar que
intentaría nadar hasta la isla de Saint Louis y entonces tendría que arrojarme
al aceitoso Sena (como tantas veces premedité, pero no por una razón tan
vulgar) o dar severas explicaciones en la librería y olvidarme de volver a
caminar la rue de la Bûcherie por mucho rato. Por lo que empecé a correr detrás
del perro y saludé fugazmente al entrerriano (¿o era de Resistencia?) que Judas
dice haber leído y que no volví a ver.
-¿No le preguntaste
el nombre?- dice Judas.
-No. Apenas hablaba
de Argentina y solo parecía interesarle lo que te dije, la literatura sucia, la
literatura sucia con contenido político en los setenta.
-Y de Marechal.
-Bueno, de Marechal
no dijo nada.
...Entonces Judas me
habló de un cuentista desaparecido que había publicado unos trece cuentos, hoy
tan perdidos como la cinta sin cortes de Metrópolis de Fritz Lang, del que supo
a través de una mujer con la que se acostó dos veces, la segunda vez con cierto
estupor, ya, me dice Judas, la mina estaba terminando y estiraba el brazo en
busca del bolsillo de su sobretodo y después dibujaba en una libreta, dibujos
artísticos, dibujos del inconsciente, qué snobismo desagradable (Judas dixit).
...Todo lo que me
contás voy escribiéndolo, le digo, aunque se trate de algo tan insípido como un
beatnik apócrifo y, lo que es peor, porteño y, lo que es mucho peor, anclao en
París, antes de acostarme pues acá van a ser las cuatro (¿ya?) y mañana no me
despiertan ni las campanas de enfrente.
-Hasta mañana.
-You’ve received an e-mail from Facebook (tiquitíc).
y un enorme y
distante abrazo.
París, 26-02