viernes, 15 de enero de 2010

Despegue

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Dès qu'ils ont quelques jours de liberté les habitants
d'Europe occidentale se précipitent à l'autre bout du
monde, ils traversent la moitié du monde en avion,
ils se comportent littéralement comme des évadés
de prison. Je ne les en blâme pas; je me prépare
à agir de la même manière.
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M. Houellebecq
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Dice Piglia: solo puede comprender un diario quien sobrelleva un diario. Es verdad. ¿Ocurre lo mismo con un diario de viaje? En este caso confundimos crónica y ficción. Experiencias, observaciones.

* * *

Pasajero en transe. Como dos piedras norteamericanas, sacadas de un relato de Hemingway, esperamos, Z y yo, en una de las mesas plásticas del Mc Donald’s del aeropuerto. Siempre tuve cierta impresión casi cinematográfica sobre dos argentinos enfrentados, en momentos así, en espera. No tienen más remedio que permanecer en un silencio plácido, casi diría que sabio, o conversar de mujeres, política, algo que sucedió en la semana. Algún atisbo del porvenir es una posibilidad lejana.
“Si no disfrutás esto, cuando vuelvas, te reviento a patadas” dice Z. Un arranque de cariño. Ezeiza 2009; sentite bien. Podría estar enderezando clavos bajo el sol que arrecia en San Telmo. Una terraza cualquiera y los bocinazos estridentes de Perú y Humberto 1º. Y pegar mis ojos a las novelas traducidas de Balzac en el escritorio oscuro de un hostel (recomendaciones en alemán, inglés, francés, Buenos Aires is amazing this time of the year, -specially the sun-) y despegar sonatas por la noche y las lecturas bajo la luna que arrecia el claro de Lezama y las cúpulas moscovitas. Nada más.
(Se podría decir que no esperamos nada.) En un cuento de Hemingway la trama desaparece tras lo inmóvil. Un mar sereno bajo un cielo de tormenta. La cinta sigue corriendo aunque simplemente estemos sentados, seamos sentados, como si afuera lloviera furiosamente y mejor esperar que amaine y volver. ¿A dónde vuelvo, sino a París, escala Río –ocho horas de espera, vaya verbo, espera- o a la calle Perú, Buenos Aires, escala París-Roma-Figueras-Berlín? Todo viaje al continente, como le dicen, es un viaje de vuelta. París no se acaba nunca, dice Vila-Matas. Cuando uno sumerge sus manos en la contemplación, la duda (y por esas vueltas del devenir histórico es criollo, camina la Plaza de Mayo, Microcentro, donde sea) puede que comience a imaginar el exterior como escape. Como si vivir afuera a uno le extirpara los fantasmas. El viaje es una interrupción, un silencio de absorción y locura que se neutraliza con los años. Un pétramo furioso que es domado en la memoria. Y el abandono es un destierro. Otras lenguas, un talante ajeno. El porteño vive la fatalidad-esmeril de querer escapar de su ciudad esperando que en Londres, o cualquier metrópoli europea, su ontología convulsa y sobrecargada de anagramas (el Estado no paga debidamente, el Estado es el aparato de la clase dominante (¿Botana?), el porvenir del estudiante es gris, el futuro como paisaje que alguna vez se mostró diáfano, y la amistad endeble, las deserciones, las salideras, la devaluación del alma, la ebullición social y permanente) llegue a templar. Toda partida, a su vez, es un viaje de vuelta. Se vuelve tras días, semanas, un exilio de veinte años. ¿Cómo partir pensando en volver? El hogar es infranqueable pero móvil, y a la vez difuso.
Pasajero en transe. Somos dos enfrentados a una columna de personal de seguridad y máquinas de rayos X. Portal a migraciones. Uno se va, el otro se queda. Esa es la situación. Los dos comparten diecinueve años de enseñanzas, vivencias y enfrentamientos. Todo esto sin dar verdadera cuenta de lo que trata la compañía. Y esto aclarece durante la ausencia. Un abrazo, unas palabras que fueron para ser dichas pero jamás escritas, las palabras de padre a hijo son cambiadas, por pudor, en las novelas, o llevadas a la tumba. Pero jamás se escriben. Te quiero, hermano, gracias y gracias. Pasaporte, ticket de embarque, por favor, doy media vuelta y saludo a brazo alzado y después me voy (o vuelvo, emprendo la vuelta).

* * *

In a dream of memory restored
(…)
I’m on a plain / I can’t complain

K.C.


Escribir a bordo de un boeing, a diez mil kilómetros del plata / los labrantíos que siguen a Montevideo / puede justificarse con mil y un argumentos. Yo encuentro tres a mano. La escritura como juego (frente al vaivén somnoliento de esta gran máquina), la escritura como pretensión fija –a esta edad- de construir ficción, y esa tendencia sátrapa y enfermiza de tomar registro de todo. Claro, en este caso, se trata un poco de las tres. Detallar, transcribir lo vivido, es un laburo de copista. Una costumbre casi femenina, diría, más perjudicial que el fumar para la salud. Se trata de un despojo, la desconfianza a la memoria. Lo que se vive minuto a minuto se pierde, no hay más vueltas que dar al asunto. Permanece, eso sí, como recuerdo reflejado en una contorsión de labios (la sonrisa como metonimia, dicen que sonreír es un gran ejercicio) o, en los casos oscuros, como congoja o trauma. Esto último se trata en psicoanálisis.
Escribir es tiempo que uno pierde reproduciendo lo vivido (en lugar de seguir viviendo). Al andar de cuna sobre nubes, literalmente, sin más aprieto mundano que el de reclinar el asiento y babear solemnemente, asiento 8-D pasillo al medio, uno no hace mucho más. Pegar los ojos, leer, cine en pequeño formato –ahora recuerdo que en esta belleza de máquina tengo lo mejor de Renoir y Truffaut-, y la música, claro. Escuché unos tangos, la orquesta de Troilo. Uno deja Buenos Aires, vuela a París, y se pone a escuchar tangos. Parece mentira. En el equívoco y la paradoja está el placer. Por eso la tragedia es autoconvocada. La tragedia es argumental por las buenas y las malas. ¿Lo dijo ya algún loco judío? Escuchar la voz del polaco (debería averiguar quien era el contrabajista de Troilo, ¿Kicho Diaz?, me parece un tipo fenomenal) o escuchar atentamente a la parisina detrás del respaldo, asiento al medio, la veo trazando una diagonal. Le cuenta a otra chica que estudia teatro, que trabajó en el FIBA, tiene unos ojos que cualquiera diría salió de un colegio privado de zona norte. Familia argentina, parece. No puedo aguantar pegar los pies en Río y buscarle charla. "Lo que ocurre con el teatro en Buenos Aires es tremendo. ¿Qué tal es allá?"

* * *

Estoy a punto de sacar un libro o cualquier cosa pero ahora se almuerza. Alguna vez me dijeron que si uno hace las cosas exactamente como le dicen (comer y dormir), el jet-lag es mínimo. Cometo el error, esta vez, de pedir pollo y no pasta. Pasta no pedía nunca. Un año tuve la buena fortuna de pedir “Pez”, en un vuelo que iba de San Pablo a Buenos Aires, y recibir un puñado de camarones que eran la locura. Cualquier porteño sabe que donde se pide algo con camarones, se pide por los camarones, y aún así no dejan de escasear. Las porciones son chicas, yo me digo que el equivalente a estudiar letras y corregir folletos es preparar, como un Chef, las micro-porciones que manejan las aerolíneas. Quince brasileros alrededor de una cacerola popular es un ritual capitalizado. Tenía un arranque de hambre, supongo que lo mismo todos los pasajeros, y comí en menos de 15 minutos. Es curioso. Uno come en 15 minutos y quiere deshacerse de la bandeja. Impulso gauchesco. Tirar la bandejita al carajo, sacarse el cinturón antes de lo indicado, fumar en el baño. Das media vuelta para dar cuenta que terminaste, que estás hecho, quisieras repetir pero no hay, no, y el carrito apenas va por el que está a cuatro asientos de vos. Qué lo tiró. Ahora qué hago, tengo esta mugre encima. Me pongo a ordenar los cubiertos sucios, ver como puedo encajar una cajita en otra. Después pensar que viajar es una formación intensiva sobre la experiencia. Uno conoce el Louvre, aprende italiano, aprende a confiar. Conoce las demoras, las pérdidas de documentos, los tiempos que escasean. El avión empieza a descender, dicen algo por altoparlantes que no entiendo, en inglés, aún menos en español. De a poco comienzan a asomar las sierras de Río. Lo que uno distingue inmediatamente, postal turística, son las favelas. Creo que esta va a ser la quinta vez que estoy en Río, y aún así me parece una ciudad más extraña que Madrid, por donde estuve no más de una hora, al paso (habíamos alquilado un auto para llegar a La Coruña, ver a la familia más lejana, yo tenía seis años). Antes de Francia está Brasil. La frontera Brasil-Mesopotamia vendría a reproducir esa diferencia histórica, radical, que traza un meridiano en Europa. Brazil on board, dice el cartón de la aerolínea que protege la bandejita de comida. Ponéme un tema de Chico Buarque que bailo carioca-beatnik.

La tarde del 15-12-09, volando.
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