sábado, 16 de enero de 2010

Notas al margen (de hoy)

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1- Obras completas de Vladimir Lenin. El tomo, 2 euros. La Comedia Humana de Balzac. El tomo, 1 euro.

2- La vida es rara, cambia de golpe, basta una ilusión, un contraste, después todo se da vuelta. Estoy mejor en un café desconocido en una ciudad desconocida que en otro rescaldo. Estoy mejor en ninguna parte. En este café los precios todavía están en francos. Quizás sea por eso. Se está mejor en el anacronismo.

3- “Acá, en la capital de las Galias, a las minas se les dice –nena, sacáte el short-“

4- Suena un tema que dice “…standing in the corner / watching all the girls go bye.” Seguro lo conocen.

5-"Pero che, todavía no subiste nada interesante. Ni fotos de paisajes ni aguafuertes. ¿Qué onda?"


viernes, 15 de enero de 2010

Despegue

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Dès qu'ils ont quelques jours de liberté les habitants
d'Europe occidentale se précipitent à l'autre bout du
monde, ils traversent la moitié du monde en avion,
ils se comportent littéralement comme des évadés
de prison. Je ne les en blâme pas; je me prépare
à agir de la même manière.
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M. Houellebecq
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Dice Piglia: solo puede comprender un diario quien sobrelleva un diario. Es verdad. ¿Ocurre lo mismo con un diario de viaje? En este caso confundimos crónica y ficción. Experiencias, observaciones.

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Pasajero en transe. Como dos piedras norteamericanas, sacadas de un relato de Hemingway, esperamos, Z y yo, en una de las mesas plásticas del Mc Donald’s del aeropuerto. Siempre tuve cierta impresión casi cinematográfica sobre dos argentinos enfrentados, en momentos así, en espera. No tienen más remedio que permanecer en un silencio plácido, casi diría que sabio, o conversar de mujeres, política, algo que sucedió en la semana. Algún atisbo del porvenir es una posibilidad lejana.
“Si no disfrutás esto, cuando vuelvas, te reviento a patadas” dice Z. Un arranque de cariño. Ezeiza 2009; sentite bien. Podría estar enderezando clavos bajo el sol que arrecia en San Telmo. Una terraza cualquiera y los bocinazos estridentes de Perú y Humberto 1º. Y pegar mis ojos a las novelas traducidas de Balzac en el escritorio oscuro de un hostel (recomendaciones en alemán, inglés, francés, Buenos Aires is amazing this time of the year, -specially the sun-) y despegar sonatas por la noche y las lecturas bajo la luna que arrecia el claro de Lezama y las cúpulas moscovitas. Nada más.
(Se podría decir que no esperamos nada.) En un cuento de Hemingway la trama desaparece tras lo inmóvil. Un mar sereno bajo un cielo de tormenta. La cinta sigue corriendo aunque simplemente estemos sentados, seamos sentados, como si afuera lloviera furiosamente y mejor esperar que amaine y volver. ¿A dónde vuelvo, sino a París, escala Río –ocho horas de espera, vaya verbo, espera- o a la calle Perú, Buenos Aires, escala París-Roma-Figueras-Berlín? Todo viaje al continente, como le dicen, es un viaje de vuelta. París no se acaba nunca, dice Vila-Matas. Cuando uno sumerge sus manos en la contemplación, la duda (y por esas vueltas del devenir histórico es criollo, camina la Plaza de Mayo, Microcentro, donde sea) puede que comience a imaginar el exterior como escape. Como si vivir afuera a uno le extirpara los fantasmas. El viaje es una interrupción, un silencio de absorción y locura que se neutraliza con los años. Un pétramo furioso que es domado en la memoria. Y el abandono es un destierro. Otras lenguas, un talante ajeno. El porteño vive la fatalidad-esmeril de querer escapar de su ciudad esperando que en Londres, o cualquier metrópoli europea, su ontología convulsa y sobrecargada de anagramas (el Estado no paga debidamente, el Estado es el aparato de la clase dominante (¿Botana?), el porvenir del estudiante es gris, el futuro como paisaje que alguna vez se mostró diáfano, y la amistad endeble, las deserciones, las salideras, la devaluación del alma, la ebullición social y permanente) llegue a templar. Toda partida, a su vez, es un viaje de vuelta. Se vuelve tras días, semanas, un exilio de veinte años. ¿Cómo partir pensando en volver? El hogar es infranqueable pero móvil, y a la vez difuso.
Pasajero en transe. Somos dos enfrentados a una columna de personal de seguridad y máquinas de rayos X. Portal a migraciones. Uno se va, el otro se queda. Esa es la situación. Los dos comparten diecinueve años de enseñanzas, vivencias y enfrentamientos. Todo esto sin dar verdadera cuenta de lo que trata la compañía. Y esto aclarece durante la ausencia. Un abrazo, unas palabras que fueron para ser dichas pero jamás escritas, las palabras de padre a hijo son cambiadas, por pudor, en las novelas, o llevadas a la tumba. Pero jamás se escriben. Te quiero, hermano, gracias y gracias. Pasaporte, ticket de embarque, por favor, doy media vuelta y saludo a brazo alzado y después me voy (o vuelvo, emprendo la vuelta).

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In a dream of memory restored
(…)
I’m on a plain / I can’t complain

K.C.


Escribir a bordo de un boeing, a diez mil kilómetros del plata / los labrantíos que siguen a Montevideo / puede justificarse con mil y un argumentos. Yo encuentro tres a mano. La escritura como juego (frente al vaivén somnoliento de esta gran máquina), la escritura como pretensión fija –a esta edad- de construir ficción, y esa tendencia sátrapa y enfermiza de tomar registro de todo. Claro, en este caso, se trata un poco de las tres. Detallar, transcribir lo vivido, es un laburo de copista. Una costumbre casi femenina, diría, más perjudicial que el fumar para la salud. Se trata de un despojo, la desconfianza a la memoria. Lo que se vive minuto a minuto se pierde, no hay más vueltas que dar al asunto. Permanece, eso sí, como recuerdo reflejado en una contorsión de labios (la sonrisa como metonimia, dicen que sonreír es un gran ejercicio) o, en los casos oscuros, como congoja o trauma. Esto último se trata en psicoanálisis.
Escribir es tiempo que uno pierde reproduciendo lo vivido (en lugar de seguir viviendo). Al andar de cuna sobre nubes, literalmente, sin más aprieto mundano que el de reclinar el asiento y babear solemnemente, asiento 8-D pasillo al medio, uno no hace mucho más. Pegar los ojos, leer, cine en pequeño formato –ahora recuerdo que en esta belleza de máquina tengo lo mejor de Renoir y Truffaut-, y la música, claro. Escuché unos tangos, la orquesta de Troilo. Uno deja Buenos Aires, vuela a París, y se pone a escuchar tangos. Parece mentira. En el equívoco y la paradoja está el placer. Por eso la tragedia es autoconvocada. La tragedia es argumental por las buenas y las malas. ¿Lo dijo ya algún loco judío? Escuchar la voz del polaco (debería averiguar quien era el contrabajista de Troilo, ¿Kicho Diaz?, me parece un tipo fenomenal) o escuchar atentamente a la parisina detrás del respaldo, asiento al medio, la veo trazando una diagonal. Le cuenta a otra chica que estudia teatro, que trabajó en el FIBA, tiene unos ojos que cualquiera diría salió de un colegio privado de zona norte. Familia argentina, parece. No puedo aguantar pegar los pies en Río y buscarle charla. "Lo que ocurre con el teatro en Buenos Aires es tremendo. ¿Qué tal es allá?"

* * *

Estoy a punto de sacar un libro o cualquier cosa pero ahora se almuerza. Alguna vez me dijeron que si uno hace las cosas exactamente como le dicen (comer y dormir), el jet-lag es mínimo. Cometo el error, esta vez, de pedir pollo y no pasta. Pasta no pedía nunca. Un año tuve la buena fortuna de pedir “Pez”, en un vuelo que iba de San Pablo a Buenos Aires, y recibir un puñado de camarones que eran la locura. Cualquier porteño sabe que donde se pide algo con camarones, se pide por los camarones, y aún así no dejan de escasear. Las porciones son chicas, yo me digo que el equivalente a estudiar letras y corregir folletos es preparar, como un Chef, las micro-porciones que manejan las aerolíneas. Quince brasileros alrededor de una cacerola popular es un ritual capitalizado. Tenía un arranque de hambre, supongo que lo mismo todos los pasajeros, y comí en menos de 15 minutos. Es curioso. Uno come en 15 minutos y quiere deshacerse de la bandeja. Impulso gauchesco. Tirar la bandejita al carajo, sacarse el cinturón antes de lo indicado, fumar en el baño. Das media vuelta para dar cuenta que terminaste, que estás hecho, quisieras repetir pero no hay, no, y el carrito apenas va por el que está a cuatro asientos de vos. Qué lo tiró. Ahora qué hago, tengo esta mugre encima. Me pongo a ordenar los cubiertos sucios, ver como puedo encajar una cajita en otra. Después pensar que viajar es una formación intensiva sobre la experiencia. Uno conoce el Louvre, aprende italiano, aprende a confiar. Conoce las demoras, las pérdidas de documentos, los tiempos que escasean. El avión empieza a descender, dicen algo por altoparlantes que no entiendo, en inglés, aún menos en español. De a poco comienzan a asomar las sierras de Río. Lo que uno distingue inmediatamente, postal turística, son las favelas. Creo que esta va a ser la quinta vez que estoy en Río, y aún así me parece una ciudad más extraña que Madrid, por donde estuve no más de una hora, al paso (habíamos alquilado un auto para llegar a La Coruña, ver a la familia más lejana, yo tenía seis años). Antes de Francia está Brasil. La frontera Brasil-Mesopotamia vendría a reproducir esa diferencia histórica, radical, que traza un meridiano en Europa. Brazil on board, dice el cartón de la aerolínea que protege la bandejita de comida. Ponéme un tema de Chico Buarque que bailo carioca-beatnik.

La tarde del 15-12-09, volando.
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Prefacio

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Esto es un aviso... (Buenos Aires, octubre del 75)
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In fondo, tu scrivi per essere come morto. Son pasadas las dos y llovizna sobre Roma. Acaso la nevada –atravesada con sopor estos últimos días- se escurra entre los escondrijos del Tíber. Torrentes álgidas para las ratas que escapan del frío. In vino veritas, decían acá mismo. Esto es una introducción. Refranes milenarios; semántica atravesada por palabras que no son mías; esa sinceridad escueta que disparan las ciudades extranjeras por la noche; in vino veritas: la madrugada hablando cuatro lenguas que terminan siendo una. Qué mejor momento para dejar escapar un prefacio. ¿A qué?
En los últimos años –diría como si pisara la cuarta de las siete vidas- pasé de formas y géneros como quien cambia de lenguas en tiempos de exilio, amistades con la precipitación del tiempo. Poesía, la música en tal clave, la narrativa, el artículo, el manifiesto. La militancia como mandato casi anacrónico. La escritura como costumbre arraigándose. La lectura como exploración, tangente, distracción. Un instrumento terco y complejísimo como otra vertiente imprescindible. Es la guitarra de vaina en la ruta, gurí: bagualas de Yupanqui sobre versos libres de Ernesto Cardenal y recortes de Octavio Paz. Son pasadas las dos y las palabras son escupitajos. Paciencia -dos minutos. De a poco este barullo va a ir tomando forma.
A esta edad, diría desde los quince –no me refugio en el psicoanálisis, sino en cierta lógica historiográfica- uno puede ir a las patadas de Mingus a Rimbaud, del Manifiesto a las últimas reimpresiones de Luis Gusmán, y seguir (se quiera o no) una vía. Descarrilamientos, desvíos, nuevas apuestas, los senderos se bifurcan pero acaban forjando un solo arribo. Todos los caminos van a Roma. ¿Qué es esta ciudad sino el epílogo de lo que ya no está? La escritura como costumbre arraigándose. Descubrir en algunos párrafos qué significa la escritura para mí resultaría vano, primero, para ustedes, y además me alteraría muchísimo. Sufro de ansiedad constantemente. Tomando un café en La Giralda, recorriendo San Telmo los domingos, escribiendo, hablando con mujeres que no conozco y pretendo conocer. Confesiones de invierno. Llovizna sobre Roma y esto es un prefacio. A esta edad (vuelta refugiándome en los años, creo serenamente que podría decir lo mismo en cuatro lustros) soy quien habla, camina, gesticula, toma el subte como un muerto. El muerto puede dirigirse, a las patadas, del infierno dantesco, al vórtice de Leopoldo Marechal. La triple frontera en Misiones y los fondos algosos del Sena y el Tíber, Casabindo y el purgatorio y los infiernos más dulces. El muerto toma registros, escribe notas al margen, biografías para la anunciación de la muerte. Antes y después del crucifijo.

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Afirmar mi muerte es un equívoco para la mirada indulgente, una repetición tendenciosa en la literatura, una verdad inefable. Me acuerdo de ese cuento de Poe, en el que el señor Valdemar, en plena hipnosis y agonía, afirma que está muerto. Valdemar afirma que está muerto y lo está, y de todas maneras puede decirlo. No desvarío. Hay que leerse, a estas horas y vino veritas, como un todo. Socavar por debajo del barroquismo. Son pasadas las dos y no quiero teorizar nada. Simplemente introducir. Estoy muerto dice Valdemar al narrador.
Yo estoy muerto, y también soy el renacido. Así comprende Viel Temperley, aquel nadador cósmico de la poesía, el vaivén, el descarrilamiento y la búsqueda. Uno muere y renace o puede continuar como Valdemar (y precipitar su descomposición en cuestión de segundos). La discontinuidad es una ilusión tan real que duele. El tiempo, aquel pájaro que corre, automático, es una verdad inapelable. (En derredor mío una mexicana y dos italianos intentan mantener el equilibrio. Son pasadas las dos y una damajuana de cinco litros resta vacía sobre la mesa entibiecida, aún, por los platos que sobran.)

Paréntesis. Creo que la mexicana nació donde nació Rulfo. Algo así me dijo, o yo le dije que Rulfo era de Comala. Yo leí a Rulfo a los diecisiete, por primera vez, una semana muy feliz que pasé en un pueblito costero de la Provincia de Buenos Aires. Hablo de la vez de que descubrí a Rulfo para hablar de mí, porque si esto es el esbozo de un prefacio (¡A qué! ¡A qué!) mejor hablar un poco de mí. Todo cobarde sabe que no hay mejor manera de introducirse que haciendo mención de las lecturas por las que perdió, lentamente, la cordura o la certeza que el mundo acaba tras General Paz o el meridiano Greenwich. He had soon given in to them, and allowed them to sweep across and abase his intellect, wondering always where they came from, from what den of monstrous images, and always weak and humble towards others, restless and sickened of himself when they had swept over him.
Lo que introduzco es una forma (una noción y presentación, por qué no) de escritura. ¿Quién es el que escribe, para qué, por qué, qué relación con el crecimiento, el valor literario que pueden cobrar las palabras? Son cuestiones que voy a sortear más adelante. O a las que no pienso dar, en este espacio, la suficiente atención. Acaso deje de escribir antes de los veinte años. Cuando la consumación es avistada, aclarece el renacimiento. Viel Temperley.


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In fondo, tu scrivi per essere come morto. A los dieciséis abrí un blog que duró algo menos que un mes. El servidor flaqueaba, era imposible. Menciono los años porque tomo la historia vivida con un calendario en la mano. Parece caprichoso, un suplicio de psiquis tormentosa. Yo lo entiendo como una respuesta subjetiva a cierta presión invisible y generacional. No me alcanzan los dedos de las manos para recordar amigos, desconocidos o compañeros que no dejan de decirme “tengo tantos años, y lo único que soy es esto”. Lo que escribí, lo que llevo escrito, leído, el nivel alcanzado con tal instrumento, el escalón que piso en este campo. Sartre a todo volumen. A fin de cuentas, todo el mundo comprende que las dimensiones son personales, y que el resto depende de la forma en que nuestra pelotita arriba al pelotero. La estructura, la forma del pelotero. Una novela concursada, una audición, un gancho en cierta oficina o cátedra paralela, un asiento en X multinacional. No desvarío en absoluto. Denme tiempo para respirar y ganar un poquito de coraje. (Ahora llueve con más fuerza). Voy de lo macro a lo micro tan confusamente como suele presentarse. Y a fin de cuentas, lo que más importa es el significado de nuestra pelota. Aquello que significa para vos, y para los tres o cien tipos que te rodean. De Rogelio, el guitarrista pueblero o estación línea E, a Barenboim y Saramago. El médico cabecera que se encarga del Muñíz o responde a las suplicas de los padres de Cromagnón. Así los desniveles.
A los dieciséis, decía, abrí este blog que duró poco y nada, y lo que digo y voy a decir, aviso con tiempo, es transversalmente autobiográfico. Alguna vez leí que narrar se parece a jugar al póquer. Yo solo sé jugar al truco, pero la metáfora refiere a decir la verdad aparentando mentir. También aplica al truco. En ese blog resta –cementerio- una reescritura perezosa de Pizarnik y Rimbaud (lecturas de la época), y un poema en prosa en inglés que más adelante me recordó a John Donne, aunque yo por ese año no leía a Donne. Pasaron otros más, después, que fueron varieté de artículos que leían diez personas, poemas cortos, comentarios al paso. Cenefas y guirnaldas. Todo lo que se pudre en ternura y lucha de clases. Hubo un año en el que creí el asunto más importante comprender Althusser/Lacan y terminar El Capital antes de los 21. Todavía estoy a tiempo, pero no importa. Leía seis diarios por día y ahí estaba el vientre donde donde apoyar la testa pasadas las tres de la mañana. Acá corto la exposición subjetiva, porque el prefacio puede volverse tendencioso e intimista. El porvenir, sin embargo, es más nulo que el pasado. Abundan blogs autobiográficos, precisamente porque no dejan de ser reflejos infinitos de infinitos internautas. Búsqueda arrastrada de lectores, espacios que valen varios minutos de lectura. No reniego de ninguno.
¿Y esto qué es? Hace unos meses aprendí que hay cosas que me importan y otras que no, y que no reniego ni de unas ni otras. Lo que digan de la nueva narrativa argentina me tiene sin cuidado. Lo que digan sobre lo último de Aira, o lo que diga César Aira, o lo que piense Neuman sobre la literatura hispanoamericana en general, lo mismo. Eso no quiere decir que no los lea. Mi linde es el capricho de negarme hablar sobre literatura contemporánea y volver a casa y leer y pensar en literatura, o intentar producir (metonimia sujeta al materialismo: creación por producción) silenciosamente, producir y convencerme del no to be abiertamente. O no producir joraca. Simplemente acabo diciendo que la escritura puede darse a modo expositione, a veces pedante o innecesariamente prematura, o como una construcción muy íntima de la que asoman –cualquiera sea el medio- puntas del Iceberg. O la escritura como purgación. Aunque la noción Hemingway pareciera contradecir estas palabras, esto último me gusta más. Porque escribo estas palabras para introducir, y por lo tanto para ser leídas. (Gambeta al discurso del destinatario implícito) escribo, ahora mismo, como prefacio a este espacio –real- que leería fulano, probablemente releería –con cierto pudor- yo, y probablemente vos. ¿Qué tipo de expositione es? Esto es parte de un iceberg. Como todo, in dolce vitta, la distancia que provocan las palabras. Las impresiones como proyección. (A esta hora no me interesa aclarar nada; son las tres; in vino veritas.)

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Introduzco, y termino el stream of consciousness, lo que llamo impresiones. Un diario de viaje, comentarios largos, referencias, nada más que impresiones. Los artículos están bien encajonados. Lo que no asoma acá, aguarda, calurosamente, aún no sé muy bien qué. A mí me da por rechazar, simplemente, dejando de lado las riquísimas contribuciones de esta bloggersfera como medio (publicaciones alternativas, redes de intereses infinitos, información a baldazos y mil voces), esa forma de concebir el producto en base a la estructura. Asoma el fantasma marxista en el centro de mi camisa. Escribir en busca de la consagración, tenderse directamente -anulando la otra cara- del crecimiento de los titulares. O depender de un espacio virtual como este. Volcar todas las palabras en un espacio y entregarle nuestro CV a la amiga que nos presentaron recién son la misma cosa. Me acuerdo, al paso, de unos imanes que venden en Londres que dicen algo así como there isn’t a second chance to produce a first impression. El pasado y el porvenir que es nulo y uno solo. Con esto prevengo entradas discontinuas y silencios.
Escapemos a lo anterior. Correr contra el reloj. Un blog lleva tiempo y demoras. Quien se demora es el tipo frente a la pantalla. Y precipitarse es estrellarse. ¿A esta generación la corren a los escobazos, me digo, o es impresión mía? I saw the best minds of my generation destroyed by madness, starving hysterical naked. Citar a Ginsberg es una repetición salvajemente unívoca y certera. Autobiográfica y catastrófica. Un pleonasmo. ¿Terminás corriéndote vos mismo, sin dar cuenta que la construcción es silenciosa y lenta, pero constante? Si yo expongo lo que expongo es porque tomo un riesgo que probablemente regrete (no encuentro palabra precisa para traducir regret, ni lamento ni arrepentimiento) más adelante, y porque estas impresiones, que oficialmente voy a llamar aguafuertes, clara alusión al arranque de ternura que despertó Arlt en mí cuando todavía era un virgen santo y encarrilado, me dan la posibilidad de mostrarles un poco (ya saben quiénes) el paisaje atravesado estos días, a sabiendas que voy a terminar mostrándolos a ustedes (ya saben) y, a fin de vías, convirtiéndome en el ghost writer que vive a través del personaje que hizo de sí o de los otros. Uno escribe por pretensión creativa (o arraigo o diversión, o de corajudo que es), para dejar impresiones y marcas (mil quinientos archivos Word encuadernables post-mortem) o para no acabar en el fondo de un río. Al menos para sumergirse dignamente en él. O, the wild rose blossoms / on the Little green place.

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Hace una semana dejé Buenos Aires y estos últimos años pasaron tan desparejamente que los géneros (los panoramas) se atraviesan como bandadas de pájaros migrando en direcciones que no existen. Éstas son impresiones. Escribo –en este espacio- para muy poca gente que puedo nombrar con nombre y apellido, y escribo para quien soy hoy, quien tiende de un hilo que podría cortar, como el más cínico, dentro de algunos años. Esto es una punta, y principalmente un registro. Apuntes. Escribamos (ya saben quiénes) como si nuestras experiencias fueran del interés necesario para ser leídas. Quien yuxtapone la experiencia a la escritura es personaje de sí mismo. Un peldaño. Tomemos algunas ideas de Vila-Matas. Quien es artesano de la ficción escala otro peldaño y está más cerca de la salvación apócrifa que promete el arte. Tomemos Neuman. Quien registra comete un acto de solidaridad histórica. Benjamin. Al menos para sí mismo. Barthes.
En este caso, cada impresión (una novela, una plaza desierta en Buenos Aires, un pasaje perdido, un tema que vuelve) traza las alcantarillas de la universidad desconocida; su desagüe. Estas impresiones, salidas del cajón, son un registro. Son (parte de) cuadernos. In fondo, io scrivo per essere come morto.

Roma, madrugada del 21-12-09