viernes, 15 de enero de 2010

Prefacio

-
Esto es un aviso... (Buenos Aires, octubre del 75)
-
-
In fondo, tu scrivi per essere come morto. Son pasadas las dos y llovizna sobre Roma. Acaso la nevada –atravesada con sopor estos últimos días- se escurra entre los escondrijos del Tíber. Torrentes álgidas para las ratas que escapan del frío. In vino veritas, decían acá mismo. Esto es una introducción. Refranes milenarios; semántica atravesada por palabras que no son mías; esa sinceridad escueta que disparan las ciudades extranjeras por la noche; in vino veritas: la madrugada hablando cuatro lenguas que terminan siendo una. Qué mejor momento para dejar escapar un prefacio. ¿A qué?
En los últimos años –diría como si pisara la cuarta de las siete vidas- pasé de formas y géneros como quien cambia de lenguas en tiempos de exilio, amistades con la precipitación del tiempo. Poesía, la música en tal clave, la narrativa, el artículo, el manifiesto. La militancia como mandato casi anacrónico. La escritura como costumbre arraigándose. La lectura como exploración, tangente, distracción. Un instrumento terco y complejísimo como otra vertiente imprescindible. Es la guitarra de vaina en la ruta, gurí: bagualas de Yupanqui sobre versos libres de Ernesto Cardenal y recortes de Octavio Paz. Son pasadas las dos y las palabras son escupitajos. Paciencia -dos minutos. De a poco este barullo va a ir tomando forma.
A esta edad, diría desde los quince –no me refugio en el psicoanálisis, sino en cierta lógica historiográfica- uno puede ir a las patadas de Mingus a Rimbaud, del Manifiesto a las últimas reimpresiones de Luis Gusmán, y seguir (se quiera o no) una vía. Descarrilamientos, desvíos, nuevas apuestas, los senderos se bifurcan pero acaban forjando un solo arribo. Todos los caminos van a Roma. ¿Qué es esta ciudad sino el epílogo de lo que ya no está? La escritura como costumbre arraigándose. Descubrir en algunos párrafos qué significa la escritura para mí resultaría vano, primero, para ustedes, y además me alteraría muchísimo. Sufro de ansiedad constantemente. Tomando un café en La Giralda, recorriendo San Telmo los domingos, escribiendo, hablando con mujeres que no conozco y pretendo conocer. Confesiones de invierno. Llovizna sobre Roma y esto es un prefacio. A esta edad (vuelta refugiándome en los años, creo serenamente que podría decir lo mismo en cuatro lustros) soy quien habla, camina, gesticula, toma el subte como un muerto. El muerto puede dirigirse, a las patadas, del infierno dantesco, al vórtice de Leopoldo Marechal. La triple frontera en Misiones y los fondos algosos del Sena y el Tíber, Casabindo y el purgatorio y los infiernos más dulces. El muerto toma registros, escribe notas al margen, biografías para la anunciación de la muerte. Antes y después del crucifijo.

* * *

Afirmar mi muerte es un equívoco para la mirada indulgente, una repetición tendenciosa en la literatura, una verdad inefable. Me acuerdo de ese cuento de Poe, en el que el señor Valdemar, en plena hipnosis y agonía, afirma que está muerto. Valdemar afirma que está muerto y lo está, y de todas maneras puede decirlo. No desvarío. Hay que leerse, a estas horas y vino veritas, como un todo. Socavar por debajo del barroquismo. Son pasadas las dos y no quiero teorizar nada. Simplemente introducir. Estoy muerto dice Valdemar al narrador.
Yo estoy muerto, y también soy el renacido. Así comprende Viel Temperley, aquel nadador cósmico de la poesía, el vaivén, el descarrilamiento y la búsqueda. Uno muere y renace o puede continuar como Valdemar (y precipitar su descomposición en cuestión de segundos). La discontinuidad es una ilusión tan real que duele. El tiempo, aquel pájaro que corre, automático, es una verdad inapelable. (En derredor mío una mexicana y dos italianos intentan mantener el equilibrio. Son pasadas las dos y una damajuana de cinco litros resta vacía sobre la mesa entibiecida, aún, por los platos que sobran.)

Paréntesis. Creo que la mexicana nació donde nació Rulfo. Algo así me dijo, o yo le dije que Rulfo era de Comala. Yo leí a Rulfo a los diecisiete, por primera vez, una semana muy feliz que pasé en un pueblito costero de la Provincia de Buenos Aires. Hablo de la vez de que descubrí a Rulfo para hablar de mí, porque si esto es el esbozo de un prefacio (¡A qué! ¡A qué!) mejor hablar un poco de mí. Todo cobarde sabe que no hay mejor manera de introducirse que haciendo mención de las lecturas por las que perdió, lentamente, la cordura o la certeza que el mundo acaba tras General Paz o el meridiano Greenwich. He had soon given in to them, and allowed them to sweep across and abase his intellect, wondering always where they came from, from what den of monstrous images, and always weak and humble towards others, restless and sickened of himself when they had swept over him.
Lo que introduzco es una forma (una noción y presentación, por qué no) de escritura. ¿Quién es el que escribe, para qué, por qué, qué relación con el crecimiento, el valor literario que pueden cobrar las palabras? Son cuestiones que voy a sortear más adelante. O a las que no pienso dar, en este espacio, la suficiente atención. Acaso deje de escribir antes de los veinte años. Cuando la consumación es avistada, aclarece el renacimiento. Viel Temperley.


* * *

In fondo, tu scrivi per essere come morto. A los dieciséis abrí un blog que duró algo menos que un mes. El servidor flaqueaba, era imposible. Menciono los años porque tomo la historia vivida con un calendario en la mano. Parece caprichoso, un suplicio de psiquis tormentosa. Yo lo entiendo como una respuesta subjetiva a cierta presión invisible y generacional. No me alcanzan los dedos de las manos para recordar amigos, desconocidos o compañeros que no dejan de decirme “tengo tantos años, y lo único que soy es esto”. Lo que escribí, lo que llevo escrito, leído, el nivel alcanzado con tal instrumento, el escalón que piso en este campo. Sartre a todo volumen. A fin de cuentas, todo el mundo comprende que las dimensiones son personales, y que el resto depende de la forma en que nuestra pelotita arriba al pelotero. La estructura, la forma del pelotero. Una novela concursada, una audición, un gancho en cierta oficina o cátedra paralela, un asiento en X multinacional. No desvarío en absoluto. Denme tiempo para respirar y ganar un poquito de coraje. (Ahora llueve con más fuerza). Voy de lo macro a lo micro tan confusamente como suele presentarse. Y a fin de cuentas, lo que más importa es el significado de nuestra pelota. Aquello que significa para vos, y para los tres o cien tipos que te rodean. De Rogelio, el guitarrista pueblero o estación línea E, a Barenboim y Saramago. El médico cabecera que se encarga del Muñíz o responde a las suplicas de los padres de Cromagnón. Así los desniveles.
A los dieciséis, decía, abrí este blog que duró poco y nada, y lo que digo y voy a decir, aviso con tiempo, es transversalmente autobiográfico. Alguna vez leí que narrar se parece a jugar al póquer. Yo solo sé jugar al truco, pero la metáfora refiere a decir la verdad aparentando mentir. También aplica al truco. En ese blog resta –cementerio- una reescritura perezosa de Pizarnik y Rimbaud (lecturas de la época), y un poema en prosa en inglés que más adelante me recordó a John Donne, aunque yo por ese año no leía a Donne. Pasaron otros más, después, que fueron varieté de artículos que leían diez personas, poemas cortos, comentarios al paso. Cenefas y guirnaldas. Todo lo que se pudre en ternura y lucha de clases. Hubo un año en el que creí el asunto más importante comprender Althusser/Lacan y terminar El Capital antes de los 21. Todavía estoy a tiempo, pero no importa. Leía seis diarios por día y ahí estaba el vientre donde donde apoyar la testa pasadas las tres de la mañana. Acá corto la exposición subjetiva, porque el prefacio puede volverse tendencioso e intimista. El porvenir, sin embargo, es más nulo que el pasado. Abundan blogs autobiográficos, precisamente porque no dejan de ser reflejos infinitos de infinitos internautas. Búsqueda arrastrada de lectores, espacios que valen varios minutos de lectura. No reniego de ninguno.
¿Y esto qué es? Hace unos meses aprendí que hay cosas que me importan y otras que no, y que no reniego ni de unas ni otras. Lo que digan de la nueva narrativa argentina me tiene sin cuidado. Lo que digan sobre lo último de Aira, o lo que diga César Aira, o lo que piense Neuman sobre la literatura hispanoamericana en general, lo mismo. Eso no quiere decir que no los lea. Mi linde es el capricho de negarme hablar sobre literatura contemporánea y volver a casa y leer y pensar en literatura, o intentar producir (metonimia sujeta al materialismo: creación por producción) silenciosamente, producir y convencerme del no to be abiertamente. O no producir joraca. Simplemente acabo diciendo que la escritura puede darse a modo expositione, a veces pedante o innecesariamente prematura, o como una construcción muy íntima de la que asoman –cualquiera sea el medio- puntas del Iceberg. O la escritura como purgación. Aunque la noción Hemingway pareciera contradecir estas palabras, esto último me gusta más. Porque escribo estas palabras para introducir, y por lo tanto para ser leídas. (Gambeta al discurso del destinatario implícito) escribo, ahora mismo, como prefacio a este espacio –real- que leería fulano, probablemente releería –con cierto pudor- yo, y probablemente vos. ¿Qué tipo de expositione es? Esto es parte de un iceberg. Como todo, in dolce vitta, la distancia que provocan las palabras. Las impresiones como proyección. (A esta hora no me interesa aclarar nada; son las tres; in vino veritas.)

* * *

Introduzco, y termino el stream of consciousness, lo que llamo impresiones. Un diario de viaje, comentarios largos, referencias, nada más que impresiones. Los artículos están bien encajonados. Lo que no asoma acá, aguarda, calurosamente, aún no sé muy bien qué. A mí me da por rechazar, simplemente, dejando de lado las riquísimas contribuciones de esta bloggersfera como medio (publicaciones alternativas, redes de intereses infinitos, información a baldazos y mil voces), esa forma de concebir el producto en base a la estructura. Asoma el fantasma marxista en el centro de mi camisa. Escribir en busca de la consagración, tenderse directamente -anulando la otra cara- del crecimiento de los titulares. O depender de un espacio virtual como este. Volcar todas las palabras en un espacio y entregarle nuestro CV a la amiga que nos presentaron recién son la misma cosa. Me acuerdo, al paso, de unos imanes que venden en Londres que dicen algo así como there isn’t a second chance to produce a first impression. El pasado y el porvenir que es nulo y uno solo. Con esto prevengo entradas discontinuas y silencios.
Escapemos a lo anterior. Correr contra el reloj. Un blog lleva tiempo y demoras. Quien se demora es el tipo frente a la pantalla. Y precipitarse es estrellarse. ¿A esta generación la corren a los escobazos, me digo, o es impresión mía? I saw the best minds of my generation destroyed by madness, starving hysterical naked. Citar a Ginsberg es una repetición salvajemente unívoca y certera. Autobiográfica y catastrófica. Un pleonasmo. ¿Terminás corriéndote vos mismo, sin dar cuenta que la construcción es silenciosa y lenta, pero constante? Si yo expongo lo que expongo es porque tomo un riesgo que probablemente regrete (no encuentro palabra precisa para traducir regret, ni lamento ni arrepentimiento) más adelante, y porque estas impresiones, que oficialmente voy a llamar aguafuertes, clara alusión al arranque de ternura que despertó Arlt en mí cuando todavía era un virgen santo y encarrilado, me dan la posibilidad de mostrarles un poco (ya saben quiénes) el paisaje atravesado estos días, a sabiendas que voy a terminar mostrándolos a ustedes (ya saben) y, a fin de vías, convirtiéndome en el ghost writer que vive a través del personaje que hizo de sí o de los otros. Uno escribe por pretensión creativa (o arraigo o diversión, o de corajudo que es), para dejar impresiones y marcas (mil quinientos archivos Word encuadernables post-mortem) o para no acabar en el fondo de un río. Al menos para sumergirse dignamente en él. O, the wild rose blossoms / on the Little green place.

* * *

Hace una semana dejé Buenos Aires y estos últimos años pasaron tan desparejamente que los géneros (los panoramas) se atraviesan como bandadas de pájaros migrando en direcciones que no existen. Éstas son impresiones. Escribo –en este espacio- para muy poca gente que puedo nombrar con nombre y apellido, y escribo para quien soy hoy, quien tiende de un hilo que podría cortar, como el más cínico, dentro de algunos años. Esto es una punta, y principalmente un registro. Apuntes. Escribamos (ya saben quiénes) como si nuestras experiencias fueran del interés necesario para ser leídas. Quien yuxtapone la experiencia a la escritura es personaje de sí mismo. Un peldaño. Tomemos algunas ideas de Vila-Matas. Quien es artesano de la ficción escala otro peldaño y está más cerca de la salvación apócrifa que promete el arte. Tomemos Neuman. Quien registra comete un acto de solidaridad histórica. Benjamin. Al menos para sí mismo. Barthes.
En este caso, cada impresión (una novela, una plaza desierta en Buenos Aires, un pasaje perdido, un tema que vuelve) traza las alcantarillas de la universidad desconocida; su desagüe. Estas impresiones, salidas del cajón, son un registro. Son (parte de) cuadernos. In fondo, io scrivo per essere come morto.

Roma, madrugada del 21-12-09